Las desafortunadas casualidades de la vida han hecho que el pase en salas comerciales de ‘Timbuktu’, ganadora del premio del jurado ecuménico en el pasado Festival de Cannes, nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera y nominada a ocho Premios César, coincidiese tanto con los horribles atentados en París a la revista satírica Charlie Hebdo como las inhumanas acciones que el EI lleva realizando en los últimos días. Y es que no sólo de esto habla la nueva película del mauritano Abderrahmane Sissako sino que ahonda todavía más.
Año 2012, los alrededores de Tombuctú han caído en manos de yihadistas. Kidane, un ganadero, vive tranquilamente en las dunas con su esposa Satima, su hija Toya e Issam, un niño pastor de 12 años. En la ciudad, los habitantes padecen el régimen de terror impuesto por los extremistas religiosos. Prohibido escuchar música, reír, fumar e incluso jugar al fútbol. Las mujeres se han convertido en sombras que intentan resistir con dignidad. Cada día, unos tribunales improvisados lanzas sentencias tan absurdas como trágicas. El caos que reina en Tombuctú no parece afectar a Kidane hasta el día en que, accidentalmente, mata a Amadou, un pescador que ha acabado con la vida “GPS”, su vaca favorita. Ahora debe enfrentarse a las leyes impuestas por los ocupantes extranjeros.
Sissako es un hombre comprometido por el estado de los ciudadanos del África subsahariana. En su anterior filme, ‘Bamako’, ya había hecho una crítica en la situación de la capital de Malí. El cineasta africano mira con precisión la situación que se vive, no realiza una propuesta sentimental, decadente o victimista. El inicio del filme es simbólico, una gacela huyendo de sus cazadores, un primer momento que aclara que se está ante un filme que pretende ser fidedigno a la realidad pero conservar el espíritu del séptimo arte.
Inspirada en hechos reales que ocurrieron en 2012, la película ahonda en el día a día de los ciudadanos de Tombuctú. Cierto es que denuncia duramente el fanatismo religioso, las incongruencias de la yihad acerca de la interpretación del Islam pero no lo hace de manera reivindicativa ni melodramática, sino que lo hace tomando distancia de la situación, mostrando el lado humano de esas personas que se adhieren al extremismo religioso pero sin concesiones, sus actos los dejan en evidencia. Los ciudadanos intentan vivir en armonía, con temor pero lo más apacible posible. Su resistencia es valiente y Sissako, con cierta mirada cómica, lo muestra en la cotidianeidad, los niños juegan al fútbol con un balón invisible; los cánticos religiosos provocan desconcierto a los yihadistas, que no saben si es pecado o no. Eso hace de ‘Timbuktu’ una película cercana, real y diferente. Es cierto que también enseña las peores caras, las lapidaciones, los juicios injustos, la doble moral y la situación de la mujer, que queda relegada a una sombra que al mínimo es sinónimo de lujuria pero no se recrea en estos momentos, los deja fluir.
A diferencia de otros filmes donde esos momentos de muerte y destrucción son mostrados de forma violenta y espectacular, Sissako lo hace a la contra. Los momentos de alegría, de paz, tranquilidad, las escenas donde predomina la naturaleza, la vida, son escenificadas de forma bella y elegante. Ese es el significado que pretende el realizador, la belleza y lo humano es natural, espontáneo; lo criminal en nombre de un dios es seco, rompe la calma y lo hermoso. Y como si fuera un círculo, el director cierra la película con el sinónimo de la gacela como la situación de estos ciudadanos como también de aquel que se sienta perseguido por la yihad. Se sabe de donde huir pero no se sabe hacia donde ir. ‘Timbuktu’ posee una apreciada gama de grises en sus personajes que hacen de ella un alegato contra la pena de muerte, el abuso e imposición bajo el nombre de la religión y un llamamiento a la conciliación y la paz. Una obra maestra que se nutre del neorrealismo italiano en la belleza de su sencillez pero directa, dura y de necesario visionado. Censurada en algunas salas europeas por miedo a represalias, el verla ya es un acto de libertad a favor de la conciliación y el entendimiento mutuo.