Aunque diga que se trata de su última película, Ken Loach todavía no se retira. Primero fue con ‘Buscando a Eric’ y posteriormente con ‘La parte de los ángeles’. Ahora vuelve a querer marcharse con ‘Jimmy’s Hall’ presentada en la selección oficial de Cannes 2014. En este caso, el cineasta británico se adentra en una historia de época y muestra la vida de James Gralton, activista y líder comunista irlandés que se convirtió en una amenaza para el país y fue el único deportado político de la historia de Irlanda.
El cine de Ken Loach es curioso de analizar porque se debate entre el cine social y el cine político. Quizás su cine más auténtico sea el de los 80, cuyo referente actual más cercano sería el de los Hermanos Dardenne. Sin embargo, los belgas mantienen su frescura al no mostrar ideologías políticas en sus filmes, cosa que a Loach se le puede reprochar. Es verdad que sus últimos filmes, gran parte de ellos, han amansado las ideas de un director que puede haberse vuelto más pragmático como lo han sido otros idealistas como el cineasta japonés Hayao Miyazaki. Muestra de ellos es esta nueva propuesta.
Con un inicio que es toda una declaración de intenciones: Escenas de Nueva York durante el Crack del 29 donde se aprecia esa miseria que vivió el ciudadano medio estadounidense con el Edificio Empire State y Wall Street como telón de fondo y con el añadido de música tradicional. Ya se perfila por donde va a ir la película. Nada más acabar la secuencia se pasa a mostrar la belleza cerúlea de los campos de Irlanda. Y es que Ken Loach parece haber creado una secuela de su ‘El viento que agita la cebada’ ya que los hechos que relata ahora ocurren pasada la Guerra Civil Irlandesa y con una clima de crispación y paz turbia. La crisis financiera del 29 acentúa dicha tensión.
Pero en ‘Jimmy’s Hall’ el veterano realizador se muestra más amable. El retrato del líder comunista Gralton es tratado de forma amena, con el punto de inicio de querer crear una casa cultural con voluntarios donde los jóvenes pueden bailar y divertirse sin las directrices la estricta Iglesia Católica. Loach combina reacción política con música, siendo uno de los principales puntos positivos de la película. También el uso de la cámara realza al filme con luminosidad y colores pastel. La interpretación de Barry Ward ayuda a que se conecte mejor con su personaje.
Paul Laverty vuelve a hacerse cargo del guion de una obra de Loach. Y es que el tándem Lach-Laverty se combina bien cuando aparta el momento político, que roza lo panfletario, y se centra en mostrar las diferencias sociales a través de otras formas. En este filme los momentos de danza, de amor imposible, son lo que gana mientras que los momentos de mitin se pierde fuerza por su manera didáctica de querer instruir en sus ideales. Los obreros son buenos, buenísimos mientras que la Iglesia Católica, la policía, el sistema capitalista es malo, malísimo. Un maniqueísmo propio del cine de Loach, que sacrifica parte de la calidad cinematográfica en pos de sus ideales políticos.
Si se obvian esos momentos propios del cine Loach-Laverty, se aprecia una película amable que muestra a un héroe olvidado por la historia. Un protagonista que luchó por sus ideales ante una crisis financiera delicada. La actual situación económica mundial la ha sabido aprovechar el cineasta creando un paralelismo con esa Irlanda asolada del período de entreguerras. ‘Jimmy’s Hall’, gracias a sus dosis leves de Loach, consigue ser una propuesta de visionado pausado, notable en su ejecución. Una obra menor en su filmografía pero recomendable para audiencias jóvenes que desconozcan a este veterano cineasta.