El pasado 2 de febrero aterrizó en Netflix la primera temporada de ‘Altered Carbon’, su nueva serie de ciencia ficción, basada en el primer libro de la trilogía del escritor británico Richard K. Morgan. Una gran superproducción que se desarrolla en pleno siglo XXV, época en la que las personas ya no mueren, o al menos técnicamente, ya que sus mentes y consciencias pueden ser transferidas de un cuerpo a otro a través de un chip/pila, lo que significa que sólo puedes morir si se destroza la pila. Tu cuerpo no te representa, lo puedes cambiar como una serpiente muda de piel, olvidándolo y dejándolo en el pasado.
En medio de este contexto, encontramos a Takeshi Kovacs, interpretado por un solvente Joel Kinnaman (‘The Killing’ o ‘House of Cards’), un antiguo mercenario contratado por un hombre multimillonario (James Purefoy, ya lo vimos en ‘The Following’) para que investigue su propia muerte. A partir de esta investigación policial futurista, el protagonista se verá envuelto en una enorme trama, 500 años después, en medio de un mundo “cyberpunk”.
Este último es el término que hace referencia a un subgénero de la ciencia ficción, señala que los avances tecnológicos no están sujetos al bien social (la tecnología avanza, los humanos no). En este caso, no siempre es conveniente perpetuar tu vida. Saco a colación este vocablo porque creo que la serie, aunque cuida mucho el aspecto visual, se queda simplemente en eso, pues el guion, flojo a mi parecer, no acompaña. Me explico. Hay muchos tópicos del género (algunos llevados hasta la ridiculez), frases trilladas, el chascarrillo fácil que le quita seriedad al relato, un uso reiterativo de los flashbacks, o poca profundidad en los asuntos metafísicos que trata, como la inmortalidad, la identidad del ser humano y su afán de jugar a ser Dios. También, otro contra que veo es su exagerada intensidad (el primer capítulo por ejemplo ofrece muchísima información). Puedes perderte en la trama demasiado recargada, cuya apuesta visual y temática me recordó a algunas obras maestras como ‘Ghost in the Shell’, ‘Blade Runner’ o ‘Matrix’.
Me hubiera gustado que jugaran con los tópicos subvirtiéndolos, así no habrían caído en clichés. Desde un principio, te avisan que nada es lo que parece y que no hay que fiarse de nadie. La función del protagonista es cumplir la misión que se le encomienda, resolver el misterio, responder a la pregunta sin respuesta, abrir la caja, revelar la verdad que tiende a confundirse con la mentira, o como quieras llamarlo. Todo lo hace por amor, intentando lidiar con sus fantasmas pasados. Por lo tanto, tenemos una especie de héroe atormentado, representando el bien, que tratará de combatir el mal teniendo como motor fundamental el amor. Lo malo de todo esto, es que la serie se rige por el maniqueísmo, el bien y el mal están bastante diferenciados, quizá por no ahondar lo suficiente en sus personajes.
A pesar de todo, la serie puede funcionar si la consideras un mero entretenimiento donde el ritmo frenético, el drama y el virtuosismo de los efectos especiales están presentes. Tiene escenas sangrientas y logradas (unas más que otras) que consiguen un equilibrio entre la acción y los diálogos, hasta tal punto que la showrunner Laeta Kalogridis ha contado que algunos pasajes del libro los obvió de la adaptación por tener una dosis de violencia demasiado alta. Lo dicho, es una buena propuesta “palomitera” (y no lo digo con sentido peyorativo) que te hará pasar un buen rato si te la tomas de esta última forma, sin darle demasiada importancia a lo que hay dentro del envoltorio.