San Francisco de Sales dijo: “Es mejor estar en la cruz con el Salvador que mirarle solamente”. El cineasta alemán, Dietrich Brüggemann, ha elegido para su cuarto largometraje aparcar la comedia para realizar uno de los filmes más espeluznantes de este pasado 2014. ‘Camino de la cruz’, premio a Mejor Guion en el Festival de Berlín y Espiga de Plata y premio FIPRESCI en la reciente Seminci de Valladolid, significa un giro radical a la filmografía del director.
Maria es una adolescente de 14 años que pertenece a una familia miembro de la Sociedad de San Pío X, con una visión muy tradicional del catolicismo. Como toda niña de su edad, Maria tiene inquietudes en la vida pero, uno de sus propósitos, es seguir los mismos pasos que hizo Jesucristo en vida. Es así, como la pequeña decide hacer las 14 estaciones que hizo Jesús hasta la crucifixión, el Vía Crucis.
Brüggemann ha dividido en 14 actos la película, dejando en cada uno de los capítulos, una metáfora de esas 14 estaciones que Jesús realizó. Y justo como emulación, esas 14 secuencias austeras, rodadas en planos fijos produce una fuerte carga de incomodidad a la hora visionarla. ‘Camino de la cruz’ rezuma un aura siniestramente teatral, que respira cierto aire fantasmal. Como hizo R. W. Fassbinder en ‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant’ o François Ozon en ‘Gotas de agua sobre piedras calientes’, Brüggemann maltrata maquiavélicamente al espectador en su puesta en escena que produce una extraña sensación cercana al sadomasoquismo emocional.
Y es que esos planos fijos, que rompe sólo en sus últimos actos pasando a unos angustiosos planos secuencia y panorámicos, son, en cierta manera, una ambigua y extraña proposición de intenciones. El cineasta, cuya infancia fue en una familia católica semejante, relata empíricamente un proceso religioso que tiene múltiples interpretaciones. Ese es su principal desconcierto y su mayor virtud, la incógnita de sentir si se está viendo una denuncia social hacia el fanatismo religioso, que no hacia las creencias religiosas; una muestra real de lo que la verdadera vocación religiosa conlleva en sus más extremas consecuencias o una sátira negra sobre la paradoja que tienen ciertos comportamientos espirituales en pleno siglo XXI.
Brüggemann no juzga, sólo expone y deja al público que decida con que versión conformarse. No deja nada al azar, evita el maniqueísmo fácil que podría haberse producido, un error que se vio en la española ‘Camino’, al no relacionar esa congregación fundamentalista a la religión en sí; enseña una familia controladora y enfermiza, influencia de obras como la mexicana ‘El castillo de la pureza’, el gran largometraje danés ‘Ordet’, o, citando otras fuentes, la griega ‘Canino’, incluso con reminiscencias de la gran obra de teatro de Federico García Lorca: ‘La casa de Bernarda Alba’.
La debutante Lea van Acken lleva ese peso de la cruz sobre sus espaldas en todo el metraje, una actuación espléndida y sorprendente para alguien de su edad; que viene apoyada por actores de método del cine alemán como Franziska Weisz o Florian Stetter. Tal es la naturalidad de las interpretaciones que, en algunos momentos, rozan el cinema vérité provocando mayor impacto en las imágenes vistas.
‘Camino de la cruz’ es una reflexión equidistante y ambivalente sobre el camino espiritual que deja mayor incertidumbre en la seguridad arrogante del espectador, que certeza. Una peligrosa y tenebrosa parábola que no provoca de todo menos indiferencia.