McClane: ¿No tienes música de Navidad?
Argyle: ¡Esto es música de Navidad!
Un padre que vive en Nueva York se va a Los Ángeles para pasar la Navidad junto a sus hijas y su mujer, de las cuales lleva separado seis meses. Al llegar a su destino, no sólo descubrirá que su mujer ha decidido recuperar su apellido de soltera, sino que de repente, cuando todo puede volver a la normalidad, aparece alguien que altera los planes del día 24 y que obligará al protagonista a darse cuenta de sus errores, redimirse y recuperar a su familia.
¿No es ésa una historia ejemplar para una película de Navidad?
Pues al parecer según los americanos que parieron esa historia, no. Parece ser que el hecho de que esas aventuras impliquen robos, sexo, drogas, sangre a borbotones, bombas y disparos ya la invalidan como película navideña.
Pues bien: en MagaZinema nos negamos a aceptar. ¿Acaso no son el blanco (de la camiseta de McClane) y el rojo (representado por la sangre) los colores fetiches de la Navidad?
Para empezar, la propia película juega ya con su irónica condición como película de Navidad desde el momento en que John McClane se sube en la limusina con Argyle y éste decide poner música: “Esto es música navideña” reivindica mientras suena el rap funk ‘Christmas in Hollis’ de Rum-DMC, como queriendo anunciar lo que vamos a ver.
Y es que si podemos aceptar que “Solo en casa” o “Love Actually” son película navideñas a pesar de no haber renos ni Papás Noeles ni magia, también podemos incluir a “Jungla de cristal” entre su catálogo, pues al fin y al cabo tenemos los mismos elementos: el contexto navideño, los villancicos (constantemente aparecen ‘El himno de la alegría’ o ‘Jingle Bells’), la redención del protagonista al final de las aventuras, el valor de la familia, etc.
Incluso podemos ver a ese icónico Hans Gruber interpretado por el espléndido Alan Rickman como una suerte de Grinch que viene a quebrantar el espíritu de la Navidad.
Tal vez debamos buscar esta negativa a considerarla una película navideña en la progresiva infantilización de las fechas, buscando su origen no sólo en ese proceso de secularización que han vivido estas fiestas sino directamente en la apropiación que ha hecho de ellas el consumismo.
La austeridad y el misticismo con los que nació la fiesta han desparecido y las Navidades han acabado convirtiéndose en un momento de intercambio de regalos en torno al cual las familias se juntan, pero donde el gusto por reencontrarse ha sido sustituido normalmente por la inercia cultural.
Por eso el cine familiar y amable (y la publicidad lacrimógena) funcionan tan bien en estas fechas, porque nos permite tener esa sensación de acogida y recogimiento sin renunciar a la espiral de consumo y exceso en la que nos acabamos viendo imbuídos. Es poco lo que nos da, es cierto, pero es el último reducto familiar que parece sobrevivir aunque sea renqueando.
‘Jungla de cristal’ admite y prácticamente sublima esa misma lógica mediante la subversión genérica, pero no temática, de cualquier historia navideña reciente. Una vez más, la propia película parece anunciarlo: cuando McClane descubre las verdaderas intenciones de Gruber, quien parecía tener motivos éticos detrás, le espeta “Así que todo esto era sólo por el dinero”.
¿Y no es eso lo que le podemos preguntar a la mayoría de las películas navideñas (con Disney y su dependencia del merchandising a la cabeza)?
Por eso, este estupendo clásico de McTiernan no es solo un soplo de aire fresco para el cine de acción, una de las cumbres del cine testosterónico y el creador de uno de los personajes más icónicos del cine, sino también una sátira de su propia condición y de su propia temática.
¿Qué más le podemos pedir a una película navideña que hacernos entender que la Navidad ya es sólo un decorado y que hemos perdido su espíritu por completo? Ho, Ho, Ho! ¡Feliz Navidad! Yippee-Ki-Yay, Motherfuckers!