‘Paquita Salas’ ha vuelto. La que fue webserie de Flooxer, la plataforma digital de Atresmedia, ha dado el gran salto a Netflix, que se ha hecho con un fenómeno de masas gracias al papel tan importante de la transmedia. Aprovechando el hype de la serie, han realizado una brillante campaña de marketing digital dirigida a sus fieles espectadores, con unos códigos muy propios de los millennials, generación a la que pertenecen Javier Ambrossi y Javier Calvo, sus creadores, directores de ‘La llamada’ (es totalmente deliberado el uso ingente de anglicismos en este párrafo, tiene mucho que ver con lo que estoy diciendo).
Bajo la cáscara cómica de la serie, reside lo profundo. A partir de un mundo de egos y apariencias, se nos habla de la realidad que casi todos vivimos, repleta de perdedores con esperanzas (y no de triunfadores). Precisamente, Paquita Salas, interpretada por un excelente Brays Efe, es una eterna perdedora, incapaz de aceptar que su tiempo ya ha pasado, pero aun así no desfallece, sigue insistiendo en triunfar. Un imán para el patetismo y las situaciones incómodas, lo interesante de la protagonista es que partiendo de su histrionismo se nos habla de sus fragilidades o, mejor dicho, las del ser humano. Cada uno de nosotros trata como puede de sobrevivir en la vida. Una existencia que, aunque pueda hacerse más soportable gracias a la verdadera amistad, está llena de fracasos que no pueden hundirnos, no queda más remedio que levantarse una y otra vez.
La serie reflexiona sobre el éxito, algo que como todo puede desaparecer sin que te des cuenta. ¿Cuánto estás dispuesto a hacer para conseguirlo? y ¿cómo te comportarás una vez lo hayas alcanzado?, son las cuestiones que se esconden tras una aparente tontería. El fracaso, la frustración o la apariencia son otros de los asuntos que aborda en concreto el capítulo 3, un episodio realmente emotivo. Está protagonizado por Lidia San José, mucho más presente en las nuevas tramas, reflejo de lo difícil y sacrificado que puede llegar a ser el mundo de la interpretación, cuya vida real es material para la ficción; o el final de temporada, maravilloso y contundente, con un recurso estilístico llamativo.
La banda sonora es esencial para dar con el tono de la serie. Por ejemplo, la cabecera de la canción, cantada por la talentosa Rosalía, refleja sobremanera la esencia dramática de la serie, más evidente en esta segunda temporada: ‘Paquita tiene una pena, Paquita quiere más’. En estos dos versos se concentran la miseria y el malestar vital del personaje que ya no es lo que fue.
‘Paquita Salas’ fue, y sigue siendo, un soplo de aire fresco para la ficción española que, poco a poco, va perdiéndole el miedo a las producciones de otros países. Es indudable que las referencias a ficciones como, por ejemplo, ‘The Office’, ‘Life’s Too Short’, ‘Parks and Recreation’, ‘Extras’, ‘Arrested Development’, ‘Modern Family’ están ahí, todas ellas rodadas como falso documental. O, incluso, ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?’, una serie española muy buena, que mezcla hábilmente realidad y ficción, cuyo telón de fondo y trama gira en torno al mundo del cine (más bien se centra en sus entresijos).
El personaje de Brays Efe es una representante de actores que, a pesar de haber tenido un pasado dorado, ahora es una fracasada, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, a un panorama tan diferente y variable. Está pasando una fuerte crisis económica y existencial. Uno de los aciertos de esta nueva temporada es que los creadores de la comedia han dado importancia al pasado, que revisitan, a través de una mirada nostálgica muy interesante. Un pasado que para Paquita es un lastre, tiene que olvidarse de él para comenzar una nueva etapa (“Soy una mujer a la que el tiempo ha pintado por encima y que ya no tiene sentido” es la lapidaria frase que resume muy bien lo que trata de señalar la segunda temporada). Este ejercicio de nostalgia, aunque parezca contradictorio, sirve para mirar al futuro. Es una vuelta al pasado para cerrarlo (el capítulo 5, que no destriparé, es una muestra de ello).
A modo de conclusión, cabe decir que rodar como si se tratase de un falso documental, aparte de dar naturalidad a las escenas, ayuda a potenciar esta mezcla de comedia con emoción que da momentos de dramatismo. De hecho, la improvisación juega un papel importante en los diálogos. Lo que más me gusta de la serie es su tono paródico (y autoparódico) a la hora de retratar el mundo de la farándula con sorna y autocrítica, y abordar temas de actualidad. En la serie vais a ver multitud de cameos de rostros conocidos que dan verosimilitud a la trama, algunos me han sorprendido, como el del gran cómico canario Ignatius Farray (“ese muchachito nuevo y confuso que acaba de empezar en la Commedia”, los seguidores de La Vida Moderna lo entenderán). Las bromas y referencias al mundo del espectáculo español y a la cultura pop son muchas, y su mensaje claro: La importancia de sentir. Cada uno tiene la libertad de decir y hacer con su vida lo que quiera. Hay que tener el valor de ser uno mismo, y de encontrar, aunque moleste, tu propio camino, debemos ser quienes queramos, siempre y cuando no hagamos daño a los demás.