Jim Jarmusch nunca ha sido un director postergado a las grandes audiencias. Con el paso de los años, su personalidad tras las cámaras se ha ido endureciendo y reafirmando más aún. Ahora, con más de 60 años de edad, no le debe cuentas ni explicaciones a nadie. Convertido en uno de los directores más crípticos y contemplativos del cine independiente norteamericano, su cine se ha vuelto más opaco si cabe, a la par que su estilo se ha retrotraído al minimalismo intimista más absoluto. Con esto, el célebre creador parece subrayar que ya no está interesado en hacer amigos, sino en apuntalar que su cine ya es, desde hace mucho tiempo, irrepetible. En el mejor y en el peor sentido.
Los límites del control fue una especie de primer aviso, una advertencia. La apertura de una ventana hacia un experimento de autor con los géneros, exprimiéndolos y quedándose con lo más esencial, con lo mínimo que consigue convertir a esa categoría en algo específico e individualizado. Sin ornamentos, edulcorantes ni nada que pueda despistar o embellecer falsamente. Esto, sin lugar a dudas, es un arma de doble filo: emerge la ausencia, la antipatía, la sensación de tour de forcé paroxista y forzado. Si en aquella se sirvió de un género mayor como es el thriller, en su última película, Only Lovers Left Alive, escoge uno de los subgéneros más canónicos del cine de terror: el vampirismo.
Bien por su agotamiento ante el conformismo del cine industrial o bien por su rebeldía ante una línea literaria que las adaptaciones recientes a la gran pantalla están desgastando hasta su inminente claudicación, la vampirización que Jarmusch propone en este film pega un tajo de raíz a los planteamientos que novelistas y cineastas han concebido hasta ahora. Generalmente, el vampiro ha poseído unas características de seducción sobrenaturales, unidas al apetito insaciable por la sangre, el hedonismo y el lascivo deseo sexual. Estos atributos no se encuentran en esta reinvención, dado que los no-muertos que protagonizan esta cinta son seres abatidos, aislados en la sociedad, demasiado agotados ante el peso de los siglos como para poder seguir disfrutando de los placeres de la vida y de la muerte infligida.
Jarmusch muestra el aburrimiento vampírico con aburrimiento humano; el tedio de sus vidas con el tedio del ritmo interno del relato. Esto hace que la película se antoje mucho más larga de lo que debería ser y que el interés se fragmente. El autor se deja influir en exceso por sus películas por episodios precedentes; así nos encontramos por un fluir de situaciones, presentadas a modo de bloques, en las que unas presentan un lirismo personal atrayente y otras un indirecto tono candoroso y expositivo que se observa desde la lejanía emocional. Entre amplificadores y guitarras eléctricas, el affaire entre Tilda Swinton y Tom Hiddleston se nutre del erotismo innato de los actores, que lucha para ganar la partida ante la antipatía de los personajes que interpretan.
Tom Waits dijo en una ocasión que Jarmusch se había hecho viejo demasiado pronto, de ahí que el director sea rápidamente reconocido por su llamativo pelo blanco, y que eso facilitó su incursión en el entendimiento de lo triste y perezoso que es envejecer. Siempre ha existido en él su apego por las personas retraídas, errantes y farfullantes, que tantos títulos de culto nos han regalado en su filmografía. Sin embargo, en cada línea de texto de Only Lovers Left Alive asoma más el cansancio que el ingenio de su autor. O, bien podría ser, su afirmación de hermetismo e inaccesibilidad que ya presentara en su anterior título mencionado y que parece culminar en esta cinta de vampiros demasiado cansados incluso para morder a alguien.
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