No hay nada como llegar a la sala de cine, sentarte en la butaca y hacerlo casi al filo del asiento porque las increíbles ganas de ver empezar la película te sobrepasan. Y es entonces cuando las luces se apagan, la pantalla se ilumina y por fin empiezan a correr las imágenes una tras otra. Estás en el cine, pero empieza esa intro que tantas veces has visto en la comodidad de tu sofá y sabes que por fin estás en casa. No hay nada como el tintineo de las campanillas de servicio para arrancarte una sonrisa y proporcionarte un sentimiento de bienestar que pocas series de televisión y muchas menos películas consiguen aportar a sus espectadores.
Los años no pasan por Downton Abbey, los muros de la residencia de los Grantham nos han dejado muchas carcajadas, muchas más lágrimas de las que estamos dispuestos a afirmar y sobre todo una enorme admiración por la ya enorme Maggie Smith, porque sin ella Downton Abbey no sería la serie de culto que es hoy, y probablemente la película que nos presenta como broche final no tendría sentido.
Podríamos hablar largo y tendido de la vida en los dos niveles del castillo, pero no sería más que volver a hablar de la serie como en tantas ocasiones se ha hecho. Este largometraje nos ha permitido volver a sentirnos acogidos, resguardados y sobre todo muy entretenidos con nuestros personajes favoritos. Una gran familia, mucho más allá de los lazos de sangre que se une para sobrevivir y salir victoriosa del evento entre eventos, la visita de sus majestades los reyes de Inglaterra.
Encontramos rebeldía, admiración, discrepancias y sobre todo personajes que disfrutan y se sienten orgullosos de su profesión. Esta parte es la más reivindicativa de todas y la que por eso mismo, más juego da. Revivimos una posibilidad histórica no tan alejada de nuestra era y lo hacemos de forma fascinante. Los detalles aparecen inmaculados, se dice que la perfección no existe, no habían visto brillar las copas de vino de Downton Abbey, o no se habían parado a mirar el verde de esas praderas o el porte del majestuoso caballo de su alteza real. Todos esos detalles, que aunque parecen nimios hacen de Downton Abbey la película que esperábamos, eran lo que nos faltaba por ver, porque no es lo mismos disfrutarlo en tu tablet que en una pantalla de cine.
Todo se magnifica, el vestuario y la ambientación no fallan, el castillo impresiona igual de noche que de día y la trama lejos de ser una de relleno nos aporta todo lo que nos faltaba tras el episodio final. Los diálogos se encuentran bien elaborados y aunque hay partes que no conseguimos enlazar bien con la trama general, para nada sobran. Vemos a muchos de los personajes terminar de crecer y llegar a ese momento que sabíamos debía llegar, vease Mary, Edith o el señor Barrow. Todos ellos siguen luchando por encontrar su lugar en una sociedad cambiante que les ha pillado a todos por sorpresa.
Pero pasemos a hablar de quien verdaderamente da luz y vida a este serie, Violet Crowley (Maggie Smith) quien aliada con Isobel (Penelope Wilton) nos dejan la pasión, la maestría y la esencia de Downton Abbey en la memoria. Maggie Smith cumple con su papel de alta nobleza, dura como roca, irreverente y sobre todo resiliente. Un personaje con toda la gama de colores y sombras. Un personaje anciano que es temido, respetado y querido a partes iguales por cualquiera que tiene el privilegio de poder acercarse. Solo por los diálogos y monólogos de su personaje ya hemos pagado la entrada con creces.
Si eres fan de la serie no tengo que darte muchos ánimos para ir a verla, si no lo eres, tienes que ver la serie, la cual vas a devorar y luego debes ver la película, será el broche ideal.