Describir el cine de Miyazaki es una ardua tarea. Se está ante un cineasta encumbrado con una larga carrera y que resulta un auténtico galimatías describirlo. Con ‘El viento se levanta’ esa sensación está aumentada al cuadrado puesto que es su despedida del séptimo arte. El adiós del maestro de la animación japonesa supone ahondar en sus visiones más íntimas. El mundo de fantasía al que tiene acostumbrado a los espectadores sólo se muestra en pequeñas pinceladas.
La película narra la vida de Jirō Horikoshi, un ingeniero aeronáutico que desde niño ha soñado con crear aviones. Esa pasión le llevará a trabajar con Mitsubishi en una época difícil de la historia, es el período de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar. Horikoshi se convertirá en el creador del avión caza A6M Zero, que bombardeó las bases del ejército estadounidense en Pearl Harbor. El filme muestra su vida desde la más tierna infancia hasta su pleamar en el mundo de la aeronáutica.
La película ha tenido varios reconocimientos en todo el mundo, incluida una nominación al Oscar a Mejor Película de Animación que perdió frente a la estupenda ‘Frozen: El reino del hielo’. También ha sido aplaudida en los festivales de Venecia, San Sebastián, Nueva York y Toronto.
Su última obra es difícil de calificar con palabras. Ante todo se está ante una de las películas más bellas del realizador. Si bien en los filmes de Studio Ghibli la belleza es el imperante, en ‘El viento se levanta’ dicha virtud se impone más. Miyazaki consigue transportar al espectador a un viaje de ensueño, al mundo visceral de Horikoshi. Y con esa visión soñadora es donde logra su mayor efecto. El realizador japonés consigue transformar una película de corte realista, un biopic, en un film cercano al realismo mágico. Todo un experimento a agradecer, y más al ser su última obra.
Para un espectador occidental, la visión personal de Miyazaki en relación a Horikoshi (con el cual tiene un lazo sentimental al ser el padre del cineasta socio comercial de éste) puede resultar fría y chocante. La mentalidad japonesa acerca de la memoria colectiva difiere enormemente del punto de vista de Occidente donde sería difícil tanta facilidad para producir un filme hermoso sobre los sueños de un ingeniero aeronáutico perteneciente a un gobierno de un antiguo País del Eje durante la Segunda Guerra Mundial.
Teniendo en cuenta ese handicap, se puede entender la falta de crítica hacia Horikoshi, una figura un tanto oportunista a la que no le pesaba mucho el hecho que por hacer cumplir sus propios sueños se tengan que sesgar tantas vidas. El ingeniero aeronáutico carece de claroscuros que le hubieran dado mayor complejidad. El realizador sólo desea mostrar los más íntimos anhelos del protagonista. La puesta en escena de un amor trágico ayuda a darle mayor humanidad al personaje principal. Esta actitud evidencia una situación social donde el deber colectivo al país supera cualquier tipo de pensamiento individual.
Obviando esa parte, Miyazaki ofrece una vida en sueños, una mirada amarga pero que desea vivir. Citando a Paul Valéry como hace en sí el film, “El viento se levanta. Hay que intentar vivir”, esta frase célebre que, paradójicamente, es agridulce. Una mirada cercana a la muerte pero que no desea desprenderse de la vida.
Como si de un hijo que perdona los pecados de su padre gracias al amor que le profesa, El director le da un bello canto del cisne a su obra. Una belleza melancólica, una elegía hermosa a la vida ya en la etapa más cercana a la muerte. Aunque dirigiera más películas, Miyazaki prefiere no dejar cabos sueltos. ‘El viento se levanta’ es la última perla dentro de esa cascada de esferas nacaradas que ha creado el cineasta. No es su gran obra maestra pero sí un gran despedida.