True Detective (HBO, 2014) es una de esas series intoxicantes y polimorfas capaces de generar debates encendidos acerca de su naturaleza y significación, por no hablar de las múltiples conexiones que se han establecido entre la serie y los más diversos temas: True Detective y sus influencias literarias, True Detective y la filosofía, True Detective y la amalgama de géneros narrativos, True Detective y el uso de la fotografía y los recursos cinematográficos… Y así podríamos seguir hasta el infinito.
Nic Pizzolatto, creador de la serie que ha vuelto a poner a la HBO en la boca de la crítica (más allá del éxito de masas que siempre supone la llegada de la última temporada de Juego de Tronos), era consciente de que tenía entre manos un producto que tanto fans como críticos iban a escrutar hasta el mínimo detalle. La televisión por cable estadounidense necesitaba una serie que le devolviera el prestigio una vez apagados los ecos de las míticas Los Soprano, The Wire o Boardwalk Empire, ésta última en lenta decadencia, y True Detective parecía que venía para ocupar el trono del éxito de público y crítica.
Y lo ha hecho. Con nota alta. Sin embargo, True Detective es un producto convencional. Pero, a la vez, innovador. Convencional por sus numerosos recursos ya vistos una y otra vez: una historia cimentada en el género del thriller, la pareja de cop buddies, el asesino en serie cuyos crímenes quedan impunes a lo largo del tiempo, la religión como elemento desestabilizador y terrorífico… Nada que no hayamos visto antes en otras películas o series de televisión. Sin embargo, la HBO, al apostar por dos únicos creadores, al contrario que la mayoría de los productos televisivos, donde el guión y la dirección de cada episodio circula por manos y visiones diferentes, buscó por un planteamiento innovador en varios sentidos, entre los que destaca el respeto absoluto a la autoría de la obra.
Así, el valor creativo e innovador de la serie y de sus creadores, el director Cary Joji Fukunaga y el guionista Nick Pizzolato, ha sido el saber tomar estos elementos reconocibles y utilizarlos a su favor para componer una estructura casi cinematográfica que juega a ofrecer sustratos de significado. Quien quiera quedarse con la trama del serial killer y la relación entre los dos policías, podrá disfrutar de una historia bien contada. Quien busque el aspecto artístico y visual de la historia encontrará una serie de factura impecable; nunca se ha retratado Lousiana de una manera en la que sus amplios espacios parecieran tan opresivos ni donde el cielo estrellado devolviera ecos más oscuros y desoladores acerca de la condición humana.
El hombre es la oscuridad y las estrellas
True Detective parte de una historia sencilla: dos detectives de Lousiana, Rust Cohle (interpretado por un Matthew McConaughey en estado de gracia,) y Marty Hart (un correcto Woody Harrelson), investigan una serie de crímenes rituales en los que parece estar envuelto un extraño culto satánico hasta que logran dar con el culpable. Sin embargo, al cabo de los años, ya separados, surgen nuevas pistas que parecen indicar que nunca se atrapó al verdadero asesino. La serie oscila, mediante flashbacks, entre el tiempo presente, 2012, y el tiempo pasado, 1995, durante una cacería que se prolonga durante 17 años.
True Detective juega con la búsqueda de la verdad vista desde diferentes puntos de vista: la investigación, por un lado, es la búsqueda de la verdad de los acontecimientos, mientras que la religión es la ficción que aleja a los individuos de esa verdad. Y, cuanto más buscan los detectives acercarse a la verdad, más interviene la religión para distorsionar el verdadero significado de los acontecimientos. Bajo esta premisa antagónica, el guionista Nic Pizzolatto presenta a sus protagonistas encarnando dos posturas opuestas acerca de la percepción de la vida: Marty Hart es un cristiano que aún cree en la bondad de su dios, mientras que Rust Cohle es profundamente descarnado: su ateísmo y nihilismo no le permiten ver más que maldad a su alrededor.
En este sentido, Rust Cohle es uno de los personajes más pesimistas de la historia de la televisión. Nic Pizzolatto construye un personaje tridimensional en el que el espectador percibe un estoico dolor mezclado con la decepción de estar vivo. Su fuerta de voluntad es, a pesar de todo, firme y constante, pero el alma del personaje está rota por dentro. Sólo preparando al espectador con la particular manera de ver el mundo de Cohle el desenlace de los acontecimientos que se relatan en el último trayecto de la temporada puede ser medianamente digerible.
Para Cohle el mundo es un lugar oscuro con muy pocos puntos de luz, como el cielo y las estrellas. El mal, la ocuridad, nos rodea. Estamos solos como las estrellas. Cohle cree que la conciencia humana es un error de la evolución. Que el hombre es incapaz de amar y que no debería existir. Que todos los seres humanos son malos. Que todos sabemos que hay algo que no está bien en nosotros. Que somos culpables de alguna manera.
El personaje de Matthew McConaughey es un agujero negro que arrastra a la audiencia hacia su pesimismo, sobre todo finalizados los ocho capítulos que componen la temporada. Por eso la visión de la serie es una experiencia deprimente. Si se deja a un lado toda la parafernalia de los asesinatos que investigan los detectives, incluido el Rey Amarillo y Carcosa, la serie muestra su verdadera esencia: el esqueleto de True Detective es el análisis de sus dos personajes protagonistas, cuyas personalidades se presentan descarnadas como las inquietantes esculturas rituales hechas con ramas que se encuentran en los escenarios de los crímenes que investigan. Nic Pizzolatto nos enfrenta a las particulares oscuridades de Rust y Marty, quienes han pagado un alto peaje personal por haber buscado la verdad.
Esa oscuridad está dentro de todos los personajes de True Detective, incluso en la mujer de Marty, Maggie, y en sus dos hijas. Rust Cohle, alcohólico y devastado por una tragedia familiar y un pasado como policía infiltrado, se presenta roto y envejecido en el tiempo presente de la narración. El Rust del tiempo pasado no es mucho mejor, pero mantiene una cierta entereza sostenida por la filosofía nihilista. Marty, por su parte, es pura fachada en el pasado, manteniendo una imagen de honesto padre de familia que está muy lejos de ser real, mientras que el del presente es un ser vacío que ha perdido lo que daba sentido a su vida: su mujer y sus hijas. En ambos casos es la ausencia de la familia lo que rompe difícil el equilibrio que alimenta el interior de ambos personajes.
Ese asomarse a los abismos del ser humano conecta la serie, como muchos críticos han visto, con la literatura y la filosofía, donde Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft o Nietzsche parecen ser las referencias que unen esa mirada cara a cara a la oscuridad del hombre, a los abismos insondables de su maldad.
Pero, en esa oscuridad insondable que representa la noche que observa el personaje de Rust Cohle poco antes de finalizar la temporada, parece haber espacio para pequeños chispazos de luz. Luz que ha viajado durante miles de años y que puede estar ya muerta cuando se la observa.
¿Pueden ser las estrellas esos pequeños momentos en los que el ser humano intenta superar su naturaleza oscura y hacer algo bueno por sus semejantes? ¿O son quizá los seres humanos, diseminados en la oscuridad y condenados a no encontrarse nunca? El guionista Nic Pizzolatto no lo desvela. Sólo sugiere. Su serie es áspera. Presenta una noche oscura y unos débiles destellos. Poca luz para poder salir de su asfixiante nihilismo.
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