Retroceder a la Segunda Guerra Mundial para ambientar tu película tiende a ser el equivalente de apostar al caballo ganador. No solo es uno de los periodos más apasionantes y convulsos de nuestra historia reciente, sino que sigue disfrutando de una salud envidiable a la hora de trasladarse la gran pantalla. Por alguna razón todos nos sentimos atraídos por la idea de ver a los estadounidenses machacando nazis; casi causa el mismo efecto que la luz ultravioleta para las moscas. En esta ocasión, no tenemos a los nazis, pero los japoneses hicieron las mismas atrocidades humanas -o peor- y, por eso, les toca revivir el sabor amargo de una de las derrotas navales más decisivas en el Pacífico: la batalla de Midway.
La acción comienza con el ataque nipón a la base americana de Pearl Harbor y que trae consigo la entrada oficial de Estados Unidos al conflicto internacional; un hecho que marcaría el rumbo de la guerra. Poco a poco nos va sumergiendo en los entresijos militares de ambos bandos, pero se olvida de lo más importante: construir personajes que se comporten como seres humanos. Solo aparecen títeres para soltar su perorata y competir por ver quién es más americano. Los personajes no tienen drama, no generan tensión por su vida, solo sirven a la apología del patriotismo americano. No sé para qué se molestaron en dar nombre a los protagonistas, yo hubiese optado por llamarles “soldado 1”, “soldado 2”, “teniente 1” … Es más satisfactorio seguir el punto de vista de los japoneses, y eso que son perfilados con una lectura muy simple.
El gran error del guion en su incapacidad para gestionar los numerosos frentes que abre. Quiere contar diferentes puntos de vista e incluir a la mayoría de personajes que fueron relevantes, y lo hace concediendo un espacio muy limitado para cada uno. Presenta a un personaje junto a un conflicto y lo acaba desechando porque hay que pasar a otra cosa. Lo único que consigue es desaprovechar a los actores; algo muy doloroso viendo a Woody Harrelson, Patrick Wilson, Aaron Eckhart o a Luke Evans en el reparto. Dado el poco margen que tienen para trabajar se encomiendan a poner cara de tipo duro, impasibles a lo que les rodea y esperando a su siguiente escena.
Roland Emmerich tiene un fetiche de enfrentar a los estadounidenses con cualquier amenaza, podrían combatir contra el hambre en el mundo y saldrían victoriosos sin esfuerzo alguno. La batalla de Midway ha debido ser su patio de recreo personal, exprime el valor y heroicidad de los soldados y en cada escena de acción parece gritar “¡por Estados Unidos!”. Sabe recrear con interés todos los organismos involucrados en la guerra, cuerpos de inteligencia, reuniones entre generales, los preparativos en los portaviones, el día a día de los soldados, etc. Las secuencias de acción son el punto fuerte, viniendo de ‘Independence Day’ era de esperar, pero se hipoteca con el uso de la pantalla verde y unos efectos infográficos detectables que arruinan el realismo.
‘Midway’ es como el niño que entra a una tienda de juguetes y es incapaz de elegir uno. Hunde su portaaviones narrativo y ahoga a sus personajes en el proceso, aunque nunca deja de ser un espectáculo solvente cuando los aviones surcan los cielos.