A finales del año pasado, Movistar lanzó un tráiler espectacular de ‘La Peste’ que me dejó con muy buen sabor de boca. Este adelanto de aproximadamente un minuto y medio es el brindis que hace Mateo Núñez, el protagonista, declamando la existencia omnipotente de Dios.
Tras ver la primera temporada entera, debo decir que ha cumplido con creces todo lo que esperaba. Todo el mundo hablaba maravillas de ella, cosa que te genera cierta expectación, y no es para menos. He encontrado una historia atractiva contada con mucha calidad (luego entraré en más detalles).
Este drama criminal/thriller teológico se encuadra a finales del siglo XVI en Sevilla, ciudad que en aquel momento era la metrópoli del mundo occidental, la puerta de América, la ciudad más bella del mundo, el epicentro de toda la actividad económica de Occidente, donde el comercio internacional fue importantísimo (llegaba el oro y la plata de América), gracias al cual la riqueza florecía con facilidad en este lugar cosmopolita y abierto. Convivían nacionales y extranjeros: cristianos, moriscos, judíos conversos, libertos, esclavos, ladrones, pícaros, prostitutas, nobles y plebeyos en un mundo lleno de supersticiones.
Pero al mismo tiempo era una ciudad de sombras por las hambrunas, las epidemias, la miseria y la desigualdad, manifestada en la diferencia abismal entre la nobleza, representada por Luis de Zúñiga (interpretado por un solvente Paco León, que está en un registro totalmente distinto al que estamos acostumbrados) y el clero, ambos radicalmente distintos al pueblo llano. Los primeros viven en abundancia y suelen ser orgullosos, altivos y egoístas. Consideran a Sevilla la ciudad de las oportunidades, sólo tienes que saber aprovecharlas. Por el contrario, están los pobres, quienes con suerte viven en chabolas, cuya ilusión es ir al Nuevo Mundo a probar suerte, a reinventar su biografía, puesto que en Sevilla no se dan oportunidades.
En medio de un brote de peste, varios miembros importantes de la sociedad sevillana aparecen asesinados como presagio del fin del mundo. Mateo, víctima de la Inquisición, que lo ha condenado, deberá resolver esta serie de crímenes terribles con tal de lograr el perdón del Santo Oficio, para así salvar su vida. Por tanto, la búsqueda de un asesino será el centro de la intriga, cuya trama involucra a muchos personajes de la sociedad sevillana de entonces.
‘La Peste’ es una formidable serie original de Movistar, que ha apostado valientemente por ella. Es la más ambiciosa hasta la fecha, está fuera de los parámetros de la televisión en abierto, con 10 millones de euros invertidos en producir estos seis episodios, que seguro amortizan con nuevos abonados y ventas internacionales tanto de esta como de otras producciones propias. Los responsables que están detrás de este proyecto son el director y guionista Alberto Rodríguez y el también guionista Rafael Cobos, ambos claves en el cine español reciente con títulos como ‘La isla mínima’ o ‘El hombre de las mil caras’.
Para que os hagáis una idea, esta gran producción tuvo casi 4 años de preparación, 18 semanas de rodaje, 130 escenarios en 20 localizaciones distintas, más de 2000 extras y más de 200 niños (imaginaos dirigir a tal cantidad de personitas, que no paran quietos).
El primer gran acierto de ‘La Peste’ es haber focalizado la atención en la intrahistoria, que diría el escritor y filósofo Miguel de Unamuno, un concepto opuesto a la historia con mayúsculas. ¿Quién escribe la historia del pueblo? No la escribe nadie. Es la que se hace cada día y, sin embargo, cae en el olvido. Son las personas anónimas que sueñan, ríen, lloran, trabajan, que están paradas, que luchan, que se rinden… esa gente que no sale en los libros de historia. Esto supone un cierto cambio, puesto que las series históricas tienden a tratar personajes ilustres con sus grandes asuntos, obviando a la gran mayoría. También los actores, en su mayoría, son poco conocidos. Recuerda a Pier Paolo Pasolini, que en sus películas introducía a personajes cuyos actores, algunos de ellos, eran desconocidos.
El segundo acierto es la manera en la que se nos muestra el crimen, con crudeza y realismo (el arte, vestuario y el maquillaje son colosales). Los personajes conviven con la muerte, ya desde bien pequeños les enseñan a sobrevivir en un paisaje desolado repleto de ratas y moscas. Estamos delante de una serie amarga, cruel, incómoda, sucia y compleja, con muchos matices, donde no hay lugar para los maniqueísmos. Podemos ver escenas impactantes y muy duras, de las que nos dejan asombrados. La documentación, encabezada por Pedro Álvarez Molina, es de vital importancia para recrear, entre muchas otras cosas, el pensamiento de las personas de ese tiempo. O la labor de Pepe Domínguez, director de arte, en la recreación realista o, por lo menos, verosímil de los ambientes, objetivo de los creadores que han cumplido con creces. A veces da la sensación de que estás ahí, debido a la plasticidad de esta “pieza de orfebrería”. La gran referencia pictórica fue el pintor italiano Caravaggio por la oscuridad en sus pinturas, el tratamiento de colores y el sfumato, técnica que consiste en suavizar o difuminar los contornos de las figuras pintadas con sombras y colores. Un juego de luces y sombras tan propio del Barroco (la iluminación en la serie a veces consiste en la luz de las velas).
Del mismo modo que, por ejemplo, en ‘Rinconete y Cortadillo’ de Miguel de Cervantes, convivimos con su picaresca, aquí presenciamos seres sin escrúpulos, sin código moral (¿quizás meros supervivientes?) que viven como pueden en un mundo de miserias y grandezas que se traducen en corrupción.
De hecho, y este es el tercer acierto, aquí la peste es un término polisémico, además de ser la terrible enfermedad, considerada para algunos el brazo ejecutor de la ira de Dios que se llevaba por delante a todos sin distinción alguna, también es la gran metáfora de la serie, símbolo de la corrupción, la condición humana y su tendencia natural a pudrir las cosas. El hombre y la peste son dos caras de la misma moneda, que siempre existirá por otra parte (el ser humano con dinero y poder acaba cubierto metafóricamente de podredumbre).
He comenzado diciendo que el protagonista brindaba por Dios que supuestamente está en todas partes. Nada más lejos de la realidad, al ver la serie, me pregunto ¿Dónde está Dios? Creo con rotundidad que en estos 6 capítulos, si está, no se manifiesta por ningún lado. Manos inertes con una cruz (¿les sirvió de algo abrazar la religión?, cada uno que piense lo que quiera), las quemas conjuntas de cadáveres, víctimas de la peste, el infierno personificado, secundan esto que digo. La aparente inexistencia de una divinidad se traduce en el rostro de algunos personajes y, sobre todo, en la mirada desolada de Mateo, un nombre con claras resonancias bíblicas, con una permanente tristeza en los ojos, acusado de melancolía y que aun así cree que merece la pena vivir tan sólo por contemplar la belleza (alusión al novelista ruso Fiodor Dostoyevski que en su libro El idiota escribe “La belleza salvará al mundo” o a Platón quien consideraba que la belleza es la salvación del individuo). Permitidme hacer un apunte sobre esto, y es que la melancolía, que surge en el Renacimiento, en aquellos tiempos estaba relacionada con Saturno, el planeta por aquel entonces más alejado de la Tierra, el más frío. También hace referencia al dios romano que devora a sus hijos, igual que el tiempo y el devenir hace con nosotros. De hecho, antes se decía que el melancólico era el hijo de un padre tiránico, el tiempo, quien lo engendra para ser devorado. Entonces, la melancolía en el arte de la época era una especie de tristeza dulce que tenía todo genio creador. Es el anhelo de un futuro, de un no saber qué va a suceder, y eso es lo que le pasa al protagonista.
El cuarto acierto tiene que ver propiamente con la ficción, la verdad de la mentira. Y es que hay un falseamiento deliberado de la historia, concretamente, falsean la fecha de la peor de las oleadas de la peste, que ocurre en 1649, año en el que esta enfermedad fue especialmente grave en Sevilla, ciudad que en aquel momento tenía el monopolio del comercio con las Indias. No obstante, la serie se sitúa a finales del XVI, de este modo colocan la peste cuando el Imperio Español se encontraba en su punto más álgido. Es útil lo que pretenden decir con este desbarajuste temporal. Quieren hacer hincapié en la caída monumental que vino tras el imperio, esto es, mostrar sin tapujos el batacazo del esplendor a la decadencia.
Además, aunque le quite verosimilitud, que los personajes utilicen un castellano actual me parece otro acierto, porque así el espectador no tiene ningún impedimento para seguir la serie sin dificultad. Por supuesto, quitar esta distancia / barrera es totalmente voluntario.
Quiero dar la enhorabuena a todo el equipo de ‘La Peste’, que ha hecho una producción para competir en las ligas de las grandes series y mirarles cara a cara. Es un gran ejemplo de lo que se viene haciendo estos últimos años en España con ficciones como, por ejemplo, ‘El ministerio del tiempo’, ‘Crematorio’, ‘Vis a Vis’, ‘El fin de la comedia’, ‘Paquita Salas’, ‘Vergüenza’, ‘La zona’ o ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?’, demostrando que somos capaces de lograr productos interesantes para el mundo seriéfilo. Ojalá se expanda ‘La Peste’ (por supuesto en sentido figurado), un fuego acogedor que seguro servirá de cobijo para futuros proyectos. ¿Quieres quemarte o no?