El gran hotel Budapest es una entretenidísima comedia de aventuras que nos cuenta la historia de Gustave H, un conserje de un famoso hotel europeo en el periodo de entreguerras y de Zero Moustafa, el botones que se convierte en su mejor amigo y protegido. Todo marcha en un relativo orden a pesar de la complicada situación económica y la inestabilidad política, hasta que se produce el robo de una pintura renacentista de valor incalculable y sobre la batalla que enfrenta a los miembros de una familia por una inmensa fortuna.
Wes Anderson (Moonrise Kingdom, Fantástico Sr. Fox, Viaje a Darjeeling) está haciendo últimamente un cine que atrae y gusta cada vez más. Sus particulares estilos en cuanto al apartado visual, la labor de dirección y el trabajo con actores (algunos de los cuales también han pasado a formar parte de su marca tras múltiples colaboraciones) son muy significativos, lo que le concede unas características propias en el mundo del cine, un sello personal que le identifica y le convierte en lo que muchos otros realizadores quieren ser: únicos.
En la película, Wes Anderson recurre a todas sus obsesiones estilísticas y narrativas de siempre, lo que hace que su nueva película recuerde demasiado a sus anteriores trabajos.
Con un reparto de lujo, entre los que se encuentran figuras como Ralph Fiennes (En tierra hostil, El paciente inglés, La lista de Schindler) como uno de los protagonistas, realizando una labor divertida a la vez que impecable, Tony Revolori en su primer gran papel en cine, que es a través de quien se cuenta la historia con una característica voz en off que se le atribuye a las obras de Anderson, Saoirse Ronan (The host, Camino a la libertad, The lovely bones) bastante decente en su papel. Anderson también cuenta con nombres propios como Edward Norton (El ilusionista, El club de la lucha, American History X) que divierte, y mucho, investigando sobre el robo, en su papel de secundario, Adrien Brody (Manolete, The Jacket, El pianista) haciendo de hijo codicioso, Jude Law (Camino a la perdición, Enemigo a las puertas, Gattaca) increíble, como siempre.
A todos estos nombres, debemos de añadir los de Bill Murray (Lost in translation, Ed Wood, Atrapado en el tiempo), Jeff Goldblum (Morning Glory, Trilogía Jurassic Park, Independence Day), Owen Wilson (Midnight in Paris, Tras la línea enemiga, Los padres de ella) o Léa Seydoux (La bella y la bestia, La vida de Adèle, Malditos Bastardos) que además de dar un toque de humor, reparten un ambiente sofisticado a la película.
Traiciones, crímenes, persecuciones, fugas de prisión, historias de amor e incluso encontronazos con algo parecido a los nazis se van sucediendo en este cuento de entreguerras en el que Anderson maneja con destreza y brillante eficacia todas las herramientas que han hecho de sus formas un estilo inconfundible, una marca.
Al estar narrada en flashback, lo mostrado adquiere los tonos del recuerdo que guarda el protagonista o, al menos, de cómo quiere contarlo. Su historia nace desde una mirada tierna y nostálgica que se transforma en una profunda melancolía. En la película coexisten luces, sombras y colores como en la propia vida, y al final la sensación que deja es la de la necesidad inherente del ser humano de sentir nostalgia y perderse a veces en ella. Porque El gran hotel Budapest es, en última instancia, y como nos muestran sus planos finales, una celebración de la memoria y el recuerdo, un puro y limpio ejercicio de nostalgia sobre la aventura de crecer y madurar, como era Life Aquatic, y también sobre la aventura de enamorarse, como lo es su anterior Moonrise Kingdom. Su cine parece salido de la mente de un niño y esa inocencia (profundamente madura) guía sus pasos hacia películas como ésta, cada vez más esteticistas, pero más emotivas, donde su preciosismo está al servicio del corazón, y nunca al revés.
Y puede que El gran hotel Budapest carezca de ese encanto infantil que hacía de Moonrise Kingdom una experiencia tan amable y satisfactoria, pero la malicia que sí tiene la nueva película de Anderson la convierten en un disfrute perversamente divertido y, muy posiblemente, en el mejor título de su brillante filmografía.
Con la genial y maravillosa música, a cargo de Alexandre Desplat, consiguen la ambientación neurótica y a veces, desconcertante, que se pretende.
Para finalizar, Concerto for Lute, de Vivaldi. Adaptada para avivar esta gran obra llamada El gran hotel Budapest.