El cine feel-good, ese género que sirve tan bien para el público considerado de masas como a esos espectadores amantes del cine de autor. Las idas y venidas familiares son una constante en ese tipo de cine. Las producciones europeas, más cercanas a la realidad española, han sabido encontrar aquí esa conexión entre países europeos. Si la cinta francesa, ‘La familia Bélier’, irrumpía estupendamente en la taquilla española, la británica ‘Nuestro último verano en Escocia’ logró el mismo objetivo.
El matrimonio de Doug y Abby se ha roto, y eso sus tres hijos lo saben. Pese a ello, deciden dar una imagen de normalidad para la familia, especialmente porque llega el cumpleaños de Gordie, el extravagante padre de Douge, enfermo terminal de cáncer. Como puede ser el último cumpleaños del padre, la familia entera decide ir a celebrarlo en Escocia, donde el abuelo reposa junto con el hermano de Doug, un hombre ostentoso que quiera dar una imagen de holgada burguesía, y su esposa, una mujer insegura consigo misma. Sin embargo, estas vacaciones sí serán inolvidables, pero no como la familia hubiera pensado.
A simple vista, parece que el debut de Andy Hamilton y Guy Jenkin juntos tras las cámaras de un largometraje, parece una tarea fácil, una historia de dramas familiares con tintes de comedia suena a relatos simple y agradable. Sin embargo, ‘Nuestro último verano en Escocia’ es una propuesta más profunda de lo que realmente aparenta. Con un tono entre lo ácido, el humor blanco y familia, el melodrama y la tragedia transforman esta propuesta una cinta interesante que reflexiona sobre el cinismo y la hipocresía dentro de la propia familia así como una crítica a los prejuicios sobre la aptitud de padres divorciados en poder criar correctamente a sus hijos.
Y todo con un barniz de amabilidad y buen rollo. Con un inicio histriónico, donde los directores –acertadamente– manejan el tiempo y reacciones de las situaciones cómicas de forma imprevisible, el relato se torna oscuro cuando a mitad de película da un giro sorprendente. Lejos de defraudar, el largometraje ahonda en las cuestiones sobre la educación de los hijos y las formas de familia. Lo hace de forma dramática, el relato aparca brevemente la comedia. Todo para volver al redil de la comedia, esta vez ya en claro tono feel-good.
Rara vez los actores infantiles consiguen tanta profundidad, especialmente en películas de este tipo. Unos pequeños que pueden recordar, vagamente, a Abigail Breslin en ‘Pequeña Miss Sunshine’. Sin embargo, esta producción no pretende ser una cinta indie sino una película familiar propia de la época. ‘La familia Bélier’ mostraba la necesidad de los progenitores de dejar volar a los hijos del nido, ‘Nuestro último verano en Escocia’ habla sobre la aceptación de la muerte, sobre las diferentes realidades de familia, sobre la percepción del divorcio en los niños y el cinismo típico en reuniones familiares.
A la buena actuación de los pequeños, se une del reparto adulto. Rosamund Pike, que rodó esta producción antes de ‘Perdida’, sigue demostrando porque será una de las actrices que estará más en la actualidad. Junto a ella están David Tennant y Ben Miller, haciendo de hermanos inestables que no consiguen ponerse de acuerdo en nada y Billy Connolly que vuelve a demostrar por qué su nombre infunde respeto.
‘Nuestro último verano en Escocia’ es una propuesta interesante, divertida y dramática. Una película que deleitará tanto a ese público masivo como al independiente, un logro.