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Preguntas sin respuesta

La idea es el sinónimo del proyecto al sueño, al deseo. Somos por y para nuestras ideas, y la mayor meta perseguida sigue siendo el anhelo de dicha idea; el sino que precede al triunfo, a la consecución del sueño y de la idea en, y como verdad. Realidad.

Christopher Nolan, del que un servidor habló en esta misma plataforma, nos intentó explicar el poder de esa idea; y más aún del poder que nos puede servir el hecho de luchar por conseguirla. Pero no fue solo él; han sido muchos a lo largo de la historia los que nos han intentado explicar la idea en sí, y como y cual es su cometido y/o posibilidad de alcance.

Pero la idea en si no sirve de nada. Una proyección de sueños es una finalidad, un momento en el que sientes  que todo es posible y en el que te sientes posible de todo. Ahí precede el deseo, cuya más acertada proyección sigue siendo la imposibilidad de tocarlo y verlo. La libertad es un deseo, una necesidad vital alcanzable a la consecución, pero como todo deseo que se precia, es intocable e incoloro, así como anhelantemente alcanzable.

Difícil, ¿verdad?

Donde sitúa todo esto al cine es una pregunta que ronda al lector. Es decir: ¿Quién piensa qué el cine no es más que un zumo concentrado a base de ideas, sueños que esperan ser creados y esculpidos en realidad y trabajo acorde con dicha finalidad? Al fin y al cabo, todos hemos cogido un póster como un sable láser, y todos hemos saltado creyéndonos el mismísimo Neo.

Pero el cine no se centra solo en personajes, es un amasijo de mundos, de potenciales sueños disfrazados en historias, en paisajes sacados de imaginaciones poderosas y mentes capaces de esculpir arquitectura y de sueños y sueños que embelesan los sentidos y marcan al creador y al creado.
Todos los sentidos, ya de por sí, poseen preguntas que necesitan su respuesta; preguntas que acercan al individuo al sentir de un deseo conciliador consigo mismo y con el amparo de su propia conciencia; la mejor almohada que existe.

El cine dentro de toda esta parrafada, entra en su punto culminante con la integración del individuo en la respuesta, no en la pregunta. Aunque Amenábar no estará del todo de acuerdo: «Mi cine no es un cine de respuestas, sino de preguntas.» Es decir, la respuesta a la búsqueda del deseo; mejor dicho: de la meta al final del deseo.

Dos horas de beneficioso descontrol sentimental embriagados por el culminante ir y venir de imágenes que rozan la perfección; lo convierten en el arte más explícito, más visceral, y más catártico posible de cuantos haya conocido el hombre.

Este arte; el séptimo, número que Pitágoras catalogó como “perfecto”, y que en ciertas religiones es considerado mágico porque se compone del sagrado número 3 y del terrenal número 4 estableciendo, así, un puente entre el cielo y la tierra, intenta, y a menudo consigue provocar exactamente eso: enviarnos al cielo desde la tierra; a ese lugar sagrado en el que el terror, la risa, el drama, la aventura, e incluso la ciencia ficción se aúnan por y para el espectador, y en el que la necesidad de respuestas que nuestras propias preguntas poseen ya no son del todo necesarias.

¿Quiere esto decir que no queremos las respuestas que las preguntas nos plantean? Error. Las queremos, las ansiamos y las anhelamos tanto como antes; simplemente desaparece dicha necesidad, y se transforma en sentimientos mutuos con un personaje que alguien ha creado para que piensen por nosotros; para que nos tengan atados a una butaca con una jodida sonrisa de satisfacción en la cara sin la preocupación del saber por qué y para qué. Ya seas un ser feliz, o un ser triste, entre la película; entre los actores; el guión; los escenarios y tú, está simplemente eso: la empatía hacia un personaje que puede hacerte sentir y ser grande, sin la necesidad imperiosa de saber, de conocer y de perseguir la idea; el sueño.

Ahora bien, las respuestas que proporciona el cine son otra historia. La respuesta que vanagloria la pregunta es una intrínseca manera de pensar entre el individuo y el cine. El por qué y para qué ves algo, el ser y no ser de algo, se acerca más a una manera de responder que de preguntar. -Esto no lo he entendido ni yo.-

¿Queréis respuestas? El cine nos acerca esos deseos infantiles y maduros; esas ideas del antes y del ahora a límites insospechados por el ser, y a posturas cercanas a la respuesta que nosotros mismos queremos. El hecho de tener que guiarnos por nuestro sendero, por un camino que vamos construyendo, y que queremos recorrer una y otra vez sin cansancio ni aburrimiento. Todos tenemos una película, donde un personaje está en un sitio, le suceden unas cosas, y conoce a alguien que nos hace decir: ¡Eh! ¡Ahí es donde quiero estar yo!

Pero que preguntas, y que respuestas son las correctas para todo esto, y en que nos puede ayudar un arte colocado en el puesto número siete, solo lo sabe cada uno.
Por ejemplo: ¿a qué sabe un café? Y no me refiero al que te tomas como un trámite a las 7:30h de la mañana; me refiero al que te apetece de verdad, ese café por el cual te has tirado esperando horas hasta poder tomártelo. O ¿qué es alcanzar el Nirvana, agnósticamente hablando? ¿Podrá la lluvia canalizar el hambre? ¿Hay mejor sábana que el cuerpo del amor?
Son preguntas que se acercan al ideal de consecución del deseo tal y como el ser humano anhela, tal y como, durante dos horas de proyección, el cine parece respondernos y apartar los problemas escupiéndolos a la cara de otras personas que, ni somos nosotros, ni tienen nada que ver.

Las respuestas se enfundan en las mentes de personas que crean personajes, historias o aventuras acordes a las finalidades de sus propias ideas, y mantienen el pulso firme a la hora de promover en nuestras almas momentos de intranquila relajación; de apasionado furor y eyaculación sensorial.
Respuestas a preguntas como la vida tras la muerte, la cuarta dimensión y el fruto del esfuerzo. Respuestas al amor verdadero, la creencia en seres de otro mundo y el poder del propio poder. Respuestas al terrorismo, al miedo de verdad, a la lucha por la creación. Millones de respuestas a millones de preguntas en las que, puedes estar de acuerdo o no, y para las que, por supuesto, yo no tengo la respuesta. 

Pero ya lo dijo Mark Renton (más o menos): ¿quién necesita respuestas teniendo heroína?

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