Pese a que hay un reinicio en personajes y localizaciones, la trama sigue contando con los mismos ingredientes: la violencia o el sexo están presentes, el bien y el mal son difusos, un ambiente bien logrado, el montaje y trabajo de cámara es sólido, las secuencias repletas de tensión, buen ritmo, etc.
Para los nostálgicos hay algún que otro guiño y conexión con las temporadas anteriores que seguro gustará. Ahora, el gran problema que tiene la serie es que si bien los nuevos personajes están perfectos, incluidos los secundarios, el desarrollo de la trama es calcado al de las anteriores temporadas. En este “nuevo comienzo” no se aprecia personalidad propia por ningún lado.
Sin embargo, a pesar de repetir lo anterior, el espectador (si deja de lado la valoración del calco evidente) podrá disfrutar de la nueva pareja protagonista (interpretados por Diego Luna y Michael Peña que están muy bien) y de una historia entretenida que sigue siendo adictiva, enérgica, resolutiva, bien ejecutada, aunque con todo se echa en falta esa ambición que hubo especialmente en la primera temporada en construir una compleja red de personajes. Por momentos, el estilo es vertiginoso (pero menos que las anteriores entregas), y el uso de la voz en off sigue teniendo un gran peso en el relato. Sin duda, sus creadores han repetido la fórmula del éxito, cayendo en lo redundante, lo cual elimina un elemento de vital importancia, el factor sorpresa, algo que suele ser sumamente hipnótico.
El estilo narrativo (realista y cercano), el formato y el tono son exactamente iguales a las anteriores temporadas. Por lo tanto, la losa de esta nueva entrega es precisamente la repetición y la fotocopia de la fórmula del éxito, que paradójicamente puede llegar a convertirse en un estrepitoso fracaso, pero en cualquier caso es una manera rápida y sencilla de dividir a la audiencia, creando así tanto seguidores como detractores. Ahora te toca elegir. ¿Tú, en qué bando estás?