Joder. No, en serio… ¡joder!. Primero por que este medio es mío y escribo en él como me plazca, y segundo por que no tengo otra palabra más sencilla, clara y directa para representar como he salido de la sala de cine.
Y de ahora en adelante aviso. No voy a recortar mi lenguaje en esta crítica, tal y como Joaquin Phoenix no recorta su talento en esta interpretación.
Vale, es el Joker… lo hemos visto encarnado por Jack Nicholson, Heath Ledger, Jared Leto y otros tantos antes, sí. El archienemigo por excelencia de Batman, el lunático, psicópata, asesino sin escrúpulos y bla, bla, bla. Pero esta vez no… esta vez tenemos a Arthur, no al Joker… y ahí está la gracia.
¿Por qué? Por que estamos viendo una majestuosa demostración de la caída a lo más profundo del ser humano. La génesis de una enfermedad mental encarnada en un hombre que no termina de formalizar su deseo y que, debido al rechazo general y al suyo propio, se perfila como el fruto de lo que otros hicieron. Por que ojo… Joker no es el Joker por si solo. La culpa de que este tipo con un trastorno mental se convierta en un psicópata es tuya, mía, y de toda la sociedad.
Estoy cansado…
La cinta es agotadora. Todd Phillips lleva a Joaquin Phoenix a encarnar un personaje que en los primeros compases de la cinta te lleva a una enturbiada muestra de la podredumbre social y del marchitable instante por el que transita el ser humano en general. El ocaso de todo aquel ser racional que no hace otra cosa que acrecentar el desarraigo de dicha sociedad para aquellos que se sienten solos y que no encuentran su lugar.
En ese vaivén emocional y descarnado se encuentra Arthur. Y ese momento es exactamente el instante que Todd Phillips quiere que recuerdes durante el resto del metraje. Nadie respeta a este tipo… incluso se atreven a burlarse de él airadamente, lo que hace que su cabeza, llena de por sí de rechazo, siga sintiendo que esta sociedad no es la suya y que todo es diferente a lo que en su cabeza encuentra.
Pongamos una cosa sobre la mesa: ¿el humor es subjetivo? tengamos como base el siguiente chiste del enorme Woody Allen:
Dos mujeres de edad están en un hotel de alta montaña y comenta una a la otra:
– «¡Vaya, aquí la comida es realmente terrible!» – y contesta la otra:
– «¡Y además las raciones son tan pequeñas!»
Pues Arthur no se queda ahí, se queda en la continuación del propio Woody: «Pues básicamente así es como me parece la vida, llena de soledad, histeria, sufrimiento, tristeza… y sin embargo se acaba demasiado deprisa.»
Es decir: si yo me río de que al loro del vecino le de por soltar un improperio a la nieta de tres años de su visita… ¿tengo un problema por reirme de algo que «socialmente» hablando no es correcto? ¿Ese loro causará un recuerdo en la niña que le llevará a tener esa palabrota de por vida en la lengua y soltarla en lugares insospechados? ¿La soltará en una cena de toda la familia junto con el jefe de su padre? ¿Despedirá ese jefe a su padre por que su hija ha llamado puta a su mujer?
Sí, me he ido por las ramas. Pero es que el humor es muy subjetivo, ¿verdad?
Centrémonos.
Centrémonos por qué nos vamos. ‘Joker’ es la reencarnación del «antes». La muestra del por qué ese villano es quien es. De hecho, la cinta recuerda en momentos a ‘V de Vendetta’, pero teniendo como base que la lucha social es algo más salvaje y menos elegante que la del leído enmascarado.
La película resulta agotadora y excesiva. La empatía que formula el protagonista desde el minuto uno se ve reflejada en las lágrimas de maquillaje que recorren su cara, y la fiereza con la que lucha por salir a flote se ve acompañada por tu propia tensión en la butaca. Ese es el tema: quieres que gane. ¡Joder! (insisto) quieres que Arthur gane, quieres que Arthur sea Joker y se dedique a hacer lo que la sociedad le ha hecho hacer.
¿Cómo empatizas? Con sus comportamientos. Viendo como sus sueños se resquebrajan y dividen de manera presta y como él mismo evita poner freno a su decadencia. Todo es negativo, todo conlleva a la siguiente escena a un turbio, oscuro y a la vez brillante desenlace. Joker va entrando en escena.
Elegante.
Y se plasma. La elegancia. El deseo propio, externo, pero cómplice entre todos aquellos que la ven. ‘Joker’ termina mostrándonos al Joker como tal… pero sin dejar de ser ese Arthur hasta las misma pol*a de la vida.
Hay un instante en el que la película se parte, y esa dualidad queda totalmente dividida y es como ver a Joaquin Phoenix con la cara de Joker reventar la cabeza del Joaquin Phoenix con la cara de Arthur. Una auténtica muestra de intenciones que nos deja en pantalla al verdadero protagonista.
Una crítica social, salvaje y directa. Una interpretación maravillosa y una encarnación tan diferente que es inimaginablemente mejorable. ‘Joker’ de Todd Phillips está llamada a ser la película del año… y ¡joder, un servidor cree que habría que maquillar una estatuilla de payaso ya!.