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‘Empire’: hip hop, ambición y Cookie Lyon

Desde hace un tiempo el panorama de las series de televisión se ha visto dominado por la búsqueda de una cierta trascendencia en sus ficciones o, al menos, una franca voluntad del tomarse a sí mismas muy en serio.

Hoy los creadores y productores buscan fórmulas para que sus productos sean algo más: los relatos policíacos ahora quieren explorar los abismos del ser humano como True Detective (2014-) o Luther (2010), los culebrones de toda la vida muestran ínfulas de retrato social y político como Scandal o comedias adaptadas de culebrones colombianos como Ugly Betty (2006-2010) se presentan como una metaparodia de los códigos de su género. Lo dicho. La televisión lleva mucho tiempo tomándose muy en serio.

Por eso estrenos como el de Empire  suponen un soplo de aire fresco. Empire es una serie que sabe lo que es: un culebrón con todas las virtudes y defectos del género que no pretende ofrecer más de lo que puede, esto es, entretenimiento. Y se agradece la honestidad.

La primera temporada de Empire se estrenó el pasado 7 de enero en la network generalista FOX con buenos datos de audiencia que no sólo se mantienen semana tras semana, sino que además crecen. Sus cifras de espectadores en Estados Unidos se sitúan en torno a los 10 millones, y con cada capítulo los porcentajes aumentan. Por eso no es de extrañar que la cadena haya renovado por una segunda temporada.

¿Pero qué tiene Empire de especial? Pues que es simple y llanamente puro entretenimiento. Eso sí, entretenimiento con mucho bling-bling. Sus creadores, Lee Daniels (productor de Monster’s Ball y director de Precious) y Danny Strong (actor y guionista que ha firmado, entre otros, el libreto de las dos partes de Los juegos del hambre: Mockingjay), han sabido plantear en su serie una mezcla de códigos del culebrón clásico tan adictivos como la familia de ricos, las luchas de poder, la ambición, las pasiones y odios, y, cómo no, mujeres de armas tomar. Y estilismos imposibles, escenas a golpe de música hip hop y, sobre todo, muchas muchas escenas de miradas aviesas y odios a flor de piel.

Empire cuenta la historia de la familia Lyon, cuyo patriarca es un magnate de la industria musical que ha construido un imperio mediante su sello «Empire Entertaiment». Lucious Lyon (Terrence Howard) es un hombre que se ha hecho a sí mismo, capaz de escalar desde sus orígenes humildes a lo más alto a través de su ambición, su talento y… algunos oscuros e inconfesables secretos. Cuando descubre que tiene una enfermedad terminal se enfrenta a la elección de un sucesor entre sus tres hijos: Andre (Trai Byers), que parece estar llamado por formación y ganas a ser el relevo natural, Hakeem (Bryshere Y. Gray), un vividor que pasa su tiempo en fiestas aunque no le falta talento para la música, y Jamal (Jussie Smollett), también creador aunque rechazado por su padre por su orientación sexual. Por si fuera poco, entra en escena la ex-mujer de Lucious y matriarca del clan, Cookie (Taraji P. Henson), que sale de la cárcel tras 17 años presa por tráfico de drogas y que regresa para recuperar parte del imperio.

Es precisamente el personaje de Cookie Lyon, además de todos los elementos culebronescos, lo que sitúa a Empire entre las series de entretenimiento actuales a las que hay que dar una oportunidad. Porque Empire es un culebrón y, como tal, necesita basar sus pilares en una mega-arpía. El personaje interpretado por Taraji P. Henson es tan loco y divertido que tiene un lugar por derecho propio en la lista de las mejores arpías de la televisión. La actriz sabe dotarla de un cierto aire caricaturesco: sus miradas, sus horteras estilismos de oro y animal print, sus movimientos de cabeza y manos, y, sobre todo, sus ansias de poder y venganza, de ser LA reina del cotarro. Dura competencia van a tener otras bitches televisivas como la Madeleine Stowe de Revenge (2011-) o la Connie Briton de Nashville (2012-). Porque Cookie Lyon es mucha Cookie. Y ha venido para ocupar su trono.

Puede que Empire no sea el mejor estreno del año, pero ni falta que le hace. Es una de esas series necesarias tras el fin de las aventuras de los vampiros de True Blood. Sin llegar al nivel enloquecido de los guiones desmadrados de la serie de la HBO, Empire ofrece lo que se puede desear en un producto de su género: puñaladas por la espalda, frases afiladas, odios fraternales y mucha Cookie Lyon.

 

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