El existencialismo en ‘The Leftovers’ (2014-2017)

“Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.” (Pablo Neruda)

“Los espectros siempre están ahí, aunque no existan, aunque ya no estén, aunque todavía no estén.” (Jacques Derrida)

A propósito de que se han cumplido nueve años del estreno de ‘The Leftovers’, quiero poner de manifiesto algunos postulados del existencialismo, con el fin de que sirvan como vehículo para explicar aspectos fundamentales de una de las series más incomprendidas, reflexivas y transgresoras (aunque minoritaria) de los últimos años, creada por Damon Lindelof, a partir de la novela homónima de Tom Perrotta. 

La desaparición de un 2% de la población mundial es la sorprendente premisa que los guionistas nunca estuvieron interesados en resolver (el misterio siempre estimulante). ¿Quién provocó esta catástrofe y por qué? Desde un principio, sus creadores quisieron explorar qué le sucedería al ser humano tras un hecho traumático que no tiene explicación. El pensamiento de Sartre, Camus, Unamuno, Ortega y Gasset, Blas de Otero, Pascal son algunos de los autores con los que pondré en común esta obra maestra de la televisión reciente. Los pilares esenciales en los que se cimenta son dos: la angustia de existir (las incertidumbres y eternas preguntas sin respuesta que provoca) y la manera de lidiar con la pérdida cuando ni la ciencia ni la religión (los dos principales sistemas que tenemos para interpretar el mundo) no logran darnos respuesta, no sirven de nada. Ambos asuntos desembocan en la fragilidad del ser humano, algo que constantemente eludimos. Somos vulnerables y, aunque lo neguemos, nuestras vidas o la de nuestros seres queridos pueden acabar en cualquier momento.  

Esta serie, en esencia, habla sobre qué hacer cuando estás en ruinas, has perdido toda esperanza y has entrado de lleno en la nada. Es un retrato general sobre la pérdida, el duelo y la frustración de no encontrar respuestas. Para tratar la pérdida, se utiliza esta catástrofe que rompe totalmente a la humanidad y la pone en crisis, esto les permite a sus guionistas abordar el asunto tanto como individuos como colectivo. Los dos puntos de vista se combinan. Podemos ver a personajes enfrentándose en grupos con ópticas opuestas, lo que genera pugnas los unos con los otros (la violencia) para convencerse mutuamente (en algunos episodios el conflicto explota, lo que se traduce en caos, que se ve más subrayado con las notas de un piano. Sólo queda fuego y ruinas de una civilización muerta). O también personajes que llevan el duelo en solitario, intentando resistir como sea. En cualquier caso, lo que ha sucedido supone un punto de inflexión para toda creencia religiosa. Surgen nuevas sectas y gurús capaces de aprovecharse de la vulnerabilidad de las personas (hay un personaje que presume de quitar el dolor con los abrazos), aparecen instituciones para verificar la desaparición de personas, la comunidad científica intenta comprender el motivo, etcétera.

Todos van a la búsqueda de un significado, quieren darle un sentido a la vida, cuyos límites han sido violentados y son cada vez más confusos. Cargan en su espalda fantasmas que pesan. Tal y como le sucede al protagonista de La náusea, de Sartre, da la sensación de que estén poseídos por la Náusea. “Su camisa de algodón azul se destaca gozosamente sobre una pared chocolate. También eso da la Náusea. O más bien es la Náusea. La Náusea no está en mí; la siento allí en la pared, en los tirantes, en todas partes a mi alrededor. Es una sola cosa con el café, soy yo quien está en ella”.1            

Sea ciencia o religión, lo importante en la serie es el proceso que experimentan los personajes. Todos ellos necesitan una explicación, están desesperados por buscar un sentido que les permita salir adelante y hacer soportable su existencia. Si los personajes no encontraran una causa, acabarían locos como los perros de la primera temporada. Quieren hallar una razón para sentirse vivos, pero son incapaces de sobrevivir a esta incomprensión.

¿Qué explicación es válida a este suceso misterioso? Cada uno saca sus propias conclusiones, vive la vida a su manera, crea su propio relato, se cuenta su propia historia. En relación con este relativismo, hay un fragmento en La náusea muy iluminador, que dice así: “He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Es esto lo que engaña a la gente: el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara”.1 

Efectivamente, podemos creernos cualquier cosa con tal de tener esperanza. La angustia que aparece en la serie, en mayor o menor medida, está dentro de todos nosotros. Todo el mundo está amenazado por su propia desaparición y se siente impotente por la ausencia de respuestas. Lo interesante aquí es el comportamiento de los personajes, que puede trasladarse a nuestra vida cotidiana. Unos recurren a la fe (de cualquier tipo) para aliviar su sufrimiento, otros se vuelcan en una secta para disfrazar su identidad, pretendiendo dejar de sentir. También, hay quienes se muestran escépticos ante todo camino posible y se rinde a lo inevitable. Otros, sobre todo los jóvenes, recurren a la droga como mecanismo de consuelo para huir de la realidad. Y así, un largo etcétera. De este modo, los personajes eligen cómo se sienten: esperanza, recuerdo, duelo, locura, fanatismo, melancolía, desorientación, dolor, culpa, rabia, olvido…

Respecto a esto, Sartre habla de mala fe, como error, cuando el hombre se refugia en inventarse un determinismo para excusarse, es decir, para no responsabilizarse. La buena fe sería la búsqueda de la libertad de cada uno, que también implica la de los otros. Es asimilar que la vida no tiene sentido o, dicho de otra manera, cada cual le da sentido a medida que va construyendo su proyecto.  

El existencialismo podemos encontrarlo en bastantes series, pero en ‘The Leftovers’ es donde se aprecia de forma más clara y rotunda. Es ciencia ficción que en realidad esconde un drama existencialista en toda regla. El contexto fantástico (con los misterios que conlleva) es una excusa. Lo verdaderamente importante es la construcción minuciosa de los personajes, diseccionar el individuo, para hablar de él y de sus circunstancias. Estos personajes, los que han quedado, principalmente están marcados por la inseguridad, la fragilidad y el terror emocional. Las vacilaciones y las incertidumbres (ya de por sí inherentes al ser humano) con este trágico suceso se agrandan. Hay una preocupación por la existencia concreta del individuo. Temas como la angustia, la libertad, el absurdo, la fatalidad, el nihilismo, la autenticidad están flotando como partículas diminutas en la atmosfera, a veces enrarecida, de la serie. Los protagonistas se preguntan por las condiciones de la existencia en una situación límite, que ha traído el ocaso de la religión, la pérdida de una cosmovisión, y todo ello se traduce en el constante titubeo y vaivén extenuante de la vida. Una sensación continúa de vacuidad, orfandad y desarraigo. La humanidad ha quedado desamparada y desnuda ante lo misterioso (también la propia mente humana es un misterio). La iglesia ya no tiene objeto, no mejora las cosas. Son los mismos sentimientos que tienen los protagonistas de dos de las grandes novelas existencialistas: La Náusea, de Sartre, (que ya he mencionado), y El Extranjero, de Camus.

No es casualidad que ya en el primer episodio veamos al hijo del protagonista, Tom Garvey, leyendo El Extranjero, libro que describe la extraña disociación, la alineación de un asesino en un mundo absurdo, y la desesperación de un hombre, un buen hombre, que ha hecho algo malo. También, por poner otro ejemplo, Kevin, el protagonista, se siente como un extranjero en su comunidad, un individuo imperfecto entre fanáticos, y extraño por cuanto le pasa (todos sus delirios, sonambulismo, etc.). Sólo a través del distanciamiento, de la extrañeza del yo, se puede interpretar la conducta extraña (kafkiana si se me permite) de Kevin. 

La serie, digna heredera lyncheana, es una metáfora extrema de la vida, en la que la gente muere, los de nuestro alrededor nos dejan (desaparecen). Para poder sobrellevar esto, el ser humano quizá haya inventado las religiones, los mitos, el amor, la familia, cualquier cosa. Buscamos una esperanza en la que anclarnos para poder seguir viviendo. Los personajes, como nosotros, construyen cualquier tipo de creencia para hacer habitable el abismo que sienten, para paliar su pérdida y su insignificancia en el mundo. Todo el mundo quiere ser feliz, nuestra voluntad va hacia este objetivo, pero como escribió Pascal en sus Pensamientos: “toda la desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación”.2

Es muy interesante la importancia que tienen las circunstancias de cada uno de los personajes. Con relación a este punto, quisiera mencionar las Meditaciones del Quijote (1914), de Ortega y Gasset, que comienza por un estudio de las relaciones del yo con su circunstancia, circumstantia, esto es, lo que está alrededor de mí. Lo que yo hago con mi circunstancia, y que es anterior a los dos términos abstractos de esa relación, es mi vida, la realidad radical, a la que tenemos que referir todas las demás. Dice: «Hemos de buscar para nuestra circunstancia, tal y como ella es, precisamente en lo que tiene de limitación, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo. No detenernos perpetuamente en éxtasis ante los valores hieráticos, sino conquistar a nuestra vida individual el puesto oportuno entre ellos. En suma: la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre […] Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».3

Lo esencial es hablar del individuo, cómo sobrelleva el duelo, su dolor, la necesidad humana de salir adelante. Lindelof, el creador, confesó que él mismo estaba pasando por una depresión cuando empezó a trabajar en la serie. Es por eso que, apoyado en la música, el tono de ‘The Leftovers’ es tan deprimente desde el principio: los protagonistas son muertos en vida que, como fantasmas, vagan  sin tener un propósito, se encierran en sí mismos y piden cuentas a todo el mundo por su sufrimiento. No es casual que lo primero que escuchamos en la serie sea el llanto de un bebé.

Ya en la primera página de Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno dice cuál es el tema de su interés. «El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere —sobre todo muere—, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano […] Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos».4  

Y Unamuno sigue preguntándose por los motivos de su afán de saber. En el capítulo II escribe: «¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido».4 Y poco después se pregunta si el ansia de inmortalidad no será «el verdadero punto de partida de toda filosofía».4 En Soledad, otro ensayo, escribe: «Estoy convencido de que no hay más que un solo afán, uno solo y el mismo para los hombres todos […] la única verdadera cuestión que existe: la cuestión humana, que es la mía, y la tuya, y la del otro, y la de todos. Y como sé que me dirás que juego con los vocablos y me preguntarás lo que quiero decir con eso de la cuestión humana, habré de repetírtelo una vez más: la cuestión humana es la cuestión de saber qué habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro y de la de todos, después de que cada uno de nosotros se muera».5  

La pervivencia, por tanto, es “la única cuestión” para Unamuno. Él sabía que se moriría, pero necesitaba saber si moriría del todo o no. El deseo de inmortalidad, la necesidad de justificarlo racionalmente, es el verdadero punto de partida de la filosofía. De la idea de la muerte, Unamuno hizo el centro de su pensamiento; en realidad toda su filosofía es una meditatio mortis. Para comprender la muerte, tienes que saber primero qué es la vida. Una pregunta que ofrece un sinfín de respuestas. En 1922, Ortega añadía nuevas precisiones a su idea de la vida humana: «La vida es un fluido indócil que no se deja retener, apresar, salvar. Mientras va siendo, va dejando de ser irremediablemente. La vida no es una cosa estática que permanece y persiste: es una actividad que se consume a sí misma». Dos años después dijo: «Vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él».6

Precisamente, lo que plantea la serie es el problema que alberga en su ser todo individuo, su perduración. Se trata de saber qué es morir, si es aniquilarse o no, si morir es lo que le sucede al hombre para entrar en la vida perdurable, o si, por el contrario, significa dejar de ser (que no pase nada). Esto es lo verdaderamente angustioso. 

Lo que ocurre es que Unamuno cree que la razón no le sirve para su problema porque es enemiga de la vida. Piensa que el sentimiento, el afán de vida, choca irremediablemente con la razón y vienen a contradicciones. Y como no puede prescindir de ninguna de las dos cosas, aparece la lucha y la agonía. Pero el filósofo español se da cuenta de que tampoco se puede escoger uno de los dos términos para quedarse sólo con él y abandonar el otro. «Razón y fe son dos enemigos que no pueden sostenerse el uno sin el otro. Lo irracional pide ser racionalizado, y la razón sólo puede operar sobre lo irracional […]».4 Y luego: «La vida no se puede sostener sino sobre razón, y la razón a su vez no puede sostenerse sino sobre fe, sobre vida, siquiera fe en la razón».4 Ahora bien, Unamuno, que quiere saber, que no puede prescindir de la razón aun en el momento en que se aparta de ella, de ahí su agonía, se vuelve al sentimiento, a la realidad de su problema mismo, a su propia angustia vital, declarando que lo que va a decir es sólo fantasmagoría o poesía. 

El asunto principal de Unamuno, como vemos, es el hombre, pero no como un ente abstracto, ni como una esencia fija, animal racional, u organismo biológico, sino el hombre viviente, el que nace y muere, y mientras tanto se hace una personalidad, es decir, una vida, una historia. Recurre a la metáfora del sueño, no como oposición a la vigilia (como algo irreal), sino del tipo de realidad del sueño, que es algo que se hace (su esencia es temporal), que deja de ser a medida que va siendo. Como escribe Julián Marías en El existencialismo en España, la metáfora con el sueño es ideal: “[…] precisamente por ser irreal en el sentido de las cosas, por no aparecer tan mezclado con ellas y apoyado en su ser, es el ejemplo más puro y extremado de ese modo sutil de realidad temporal, de novela o leyenda, de que está hecha nuestra vida”.

Entre los episodios más interesantes que tiene ‘The Leftovers’, se encuentran sin duda alguna aquellos en los que Kevin realiza viajes metafóricos, visitando el otro extremo absoluto de su conciencia. Son escenas con imágenes oníricas y simbólicas muy potentes, traducción del calvario y de la culpa. Mientras veía la serie, entre otras muchas cosas, revoloteaban en mi cabeza versos de algunos poemas de Unamuno y de Blas de Otero, que ejemplifican perfectamente la angustia vital y el martirio que sienten los personajes de la serie, cada uno por distintas razones. Son poemas profundamente humanos que están ligados al ser más íntimo del hombre y los límites de la condición humana. 

El leitmotiv principal que se utiliza en la serie es una melodía que se repite y desarrolla de distintas formas a lo largo de toda la obra, y se utiliza en momentos clave en los que la pérdida y desolación son los asuntos esenciales. Aparece también al final de la temporada, cuando estalla el conflicto con los Culpables Remanentes.

Los Culpables Remanentes, primordiales en la trama, son como una secta, un grupo de nihilistas que viste de blanco y fuma sin parar, que cree que la marcha repentina fue un anticipo del fin del mundo y que las personas no deben pasar página ni olvidarlo ni sentirse mejor. El blanco, color de estos personajes con espíritu nihilista, hace referencia a los fantasmas, o asimismo a una especie de pizarras in albis en las cuales los personajes llenan sus frustraciones. Aceptan que sucediera esta catástrofe. Se deshacen de cualquier distracción que les impida recordar, esto es, del apego, del miedo, del amor, del odio, de la ira hasta que están borrados y hacen borrón y cuenta nueva de todo. Este grupo de gente sirve como el recuerdo vivo que los demás intentan olvidar con desesperación. Según ellos, ofrecen un propósito, lo que queremos cada uno de nosotros. ¿Y qué queremos? Ni respuestas, ni amor. Sólo una razón para existir, algo por lo que vivir, y algo por lo que morir.

Esta secta es la cara de un importantísimo tema de la serie, la culpabilidad de seguir adelante. Los Culpables Remanentes están ahí con sus vestimentas blancas, sus cigarrillos y sus rostros inexpresivos para, sin necesidad de pronunciar una sola palabra, evitar que se olvide. Son como espectros en tanto que se identifican con aquello que no pudo ser dicho (ni pensado), pero que está presente como una losa, como una huella. Son el eco de una pérdida. 

En la primera temporada se abre la temática y las reflexiones filosóficas que predominarán a lo largo de toda la serie (con algunas variantes): la lucha interior, la pérdida, la impotencia, la venganza, la familia, las relaciones y el duelo. Todas son cuestiones inherentes a la naturaleza humana, que se exploran a lo largo de la serie a través de los personajes y sus vivencias. Al ser pensamientos y reflexiones propias de nuestra condición, el espectador puede empatizar con los personajes y sentirse tan perdido como ellos. 

La serie plantea preguntas, pero no da ninguna respuesta (nosotros hacemos lo mismo en la vida). Personajes tan angustiados por un suceso que ni siquiera son capaces de entender o explicar, que consiguen que el espectador se sienta de la misma forma. Hay una imagen que se va a repetir en algunas ocasiones, el grito sordo, traducción de la ansiedad en mayúsculas e inexorable vacío. 

La trama es un vehículo para trasmitir lo realmente importante, las emociones, fundamentales en la narración, es decir, la existencia de cada personaje es un misterio a investigar. La empatía es esencial, nosotros como espectadores podemos sentirnos igual que ellos, perdidos y desolados. Las vivencias de los personajes y cómo se enfrentan a ellas es el punto clave para que la audiencia empatice con los personajes. Kevin Garvey, uno de los protagonistas absolutos, pasa por una gran agonía, incertidumbre y rabia, después de que su mujer se marchara (no en la marcha repentina, que es el evento trágico en el que personas de todo tipo se esfuman de la faz de la tierra sin motivo) para unirse a la secta de los Culpables Remanentes, además de sufrir una lucha interior y terror a heredar la locura de su padre. Garvey está ligado a la figura del ciervo, cargada de simbología. El ciervo, al igual que Kevin, está descontrolado y desorientado.

 

La otra protagonista absoluta es Nora Durst. Representa la desolación, la pérdida y la lucha por seguir adelante después de que en la marcha repentina desapareciese toda su familia (su marido y sus dos hijos). Pero las apariencias engañan, ya que aunque pueda parecer que Nora ha pasado página, no lo hace en absoluto, pues para lidiar con su angustia y frustración vemos como contrata a prostitutas para que le disparen en el pecho, eso sí, protegido con un chaleco antibalas. ¿Por qué hace esto? Para poder sentir la muerte, el vacío, el absurdo y la nada. Como dice en el cuarto episodio, su destino, como el de todos, es seguir rota. La relación con Kevin le hace recuperar la ilusión, pero nunca es suficiente. El final de la primera temporada (tranquilos, no voy a desvelar nada) es un punto de inflexión para Nora. 

Hay otro texto fundamental en el que me baso. Se trata del ensayo que hizo Sartre, titulado El existencialismo es humanismo, donde explica las claves de esta corriente: cada uno sólo es responsable de sus propios actos. El hombre es el porvenir del hombre, un porvenir virgen, un porvenir por hacer. Por eso, el desamparo, que va ligado con la angustia, implica que elijamos nosotros mismos nuestro ser. Y la angustia va unida a la desesperación, en tanto que sólo podemos limitarnos a contar con lo que depende de nuestra voluntad. 

El hombre es su proyecto, existe sólo en la medida que se realiza. Tú mismo puedes hundirte, o salvarte. No hay otro amor que el que se construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor. ¿Pesimismo, o dureza optimista? Depende de vosotros. El hombre es el resultado de sus actos. Cuando se describe a un cobarde, es que el cobarde es responsable de su cobardía. Por eso no puede ser considerada como una filosofía del quietismo, porque se define al hombre por la acción. En realidad, es una doctrina optimista (el destino del hombre está en él mismo). Actuar implica no paralizarse ante el miedo, aun sabiendo de la trágica futilidad que conlleva la elección, la que a cada paso nos aboca hacia las múltiples contradicciones, a la angustia, a la imposibilidad de la felicidad, al fracaso, a lo misterioso, a lo inexplicable de la propia existencia. En definitiva, al absurdo más absoluto. Cito otro fragmento de La Náusea en el que aparece por primera vez este término: “La palabra Absurdo nace ahora de mi pluma; hace un rato, en el jardín, no la encontré, pero tampoco la buscaba, no tenía necesidad de ella; pensaba sin palabras, en las cosas, con las cosas. El absurdo no era una idea en mi cabeza, ni un hálito de voz, sino aquella larga serpiente muerta a mis pies, aquella serpiente de madera. Serpiente o garra o raíz o garra de buitre, poco importa. Y sin formular nada claramente, comprendía que había encontrado la clave de la Existencia, la clave de mis Náuseas, de mi propia vida […]”. 1

La vida, a priori, no tiene sentido. Antes de que vivamos, la vida no es nada. Nos corresponde a nosotros darle un sentido, este es precisamente el valor, el sentido que elegimos. Aunque Dios existiera, esto no cambiaría. Es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y que se dé cuenta de que nada puede salvarlo de él. Angustia, desamparo, desesperación. El hombre está abandonado, no encuentra ninguna excusa para aferrarse a la vida. Estamos solos, nuestra condena es la de ser libres. El individuo está condenado porque no se ha creado a sí mismo, y es libre porque, una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace.

Como vemos, el sentir existencialista inunda la serie. El existencialismo es una doctrina que hace posible nuestra vida, en la que toda verdad y toda acción tienen que ver con el medio y la subjetividad. La existencia precede a la esencia (hay que partir de la subjetividad), es decir, el hombre comienza por existir, se halla, surge en el mundo, y después se define. Según la concepción del existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Será después en la manera cómo se ha hecho. Entonces, no hay naturaleza humana porque no hay Dios para concebirla (ya no podemos echarle la culpa, somos responsables de lo que somos, de toda la humanidad). El individuo será lo que habrá proyectado ser, no lo que querrá ser. Es responsable de su pasión. El hombre es elección. 

Y, a propósito de lo que acabo de decir, no quería terminar el escrito sin algo de esperanza. Os animo a ver entera ‘The Leftovers’, pues su tercera temporada es una preciosa historia de amor entre los dos protagonistas (Kevin y Nora) que a lo largo de la serie están profundamente heridos. De la risa al llanto, del amor al odio se pasa muy rápidamente. Esta es la última gran metáfora de la serie, y de la vida. El yo y las circunstancias, nuestra existencia en el mundo es un lugar de paso, qué mejor manera de vivir que a través del amor (en todas sus formas), que es lo que nos mantiene unidos y la única salvación posible en la vida, que, como la serie, aunque esté repleta de preguntas y no la entendamos en su totalidad, hay que querer y creer en ella. 

Bibliografía 

1 SARTRE, Jean-Paul, La náusea, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 1981. 

2 PASCAL, Blaise, Pensamientos, Madrid, Cátedra, 1998.

3 ORTEGA Y GASSET, José, Meditaciones del Quijote, Madrid, Cátedra, 1984. 

4 UNAMUNO, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Alianza Editorial, 2013.

5 UNAMUNO, Miguel de, Soledad, Madrid, Espasa-Calpe, 1974. 

6 MARÍAS, Julián, El existencialismo en España, Bogotá, Ediciones de la Universidad Nacional de Colombia, 1953.

Dónde ver The Leftovers

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