Un ente omnipotente y magno; tan bondadoso como altruista; tan fuerte como benevolente. Un médico con el más eficaz de los remedios y un fiel maestro, conocedor de la sabiduría completa, y capaz de transmitírnosla sin esperar recibir nada a cambio. Con la buena voluntad del mejor vecino y la palabra perfecta para el resurgir del aliento. Un padre que nos demuestra y un espejo en el que mirarnos, capaz de abrirnos una ventana cuando se cierra una puerta. Fuerte, divino y eterno. El molde perfecto sobre el que poner el barro al alfarero, para la construcción de la imagen y semejanza fiel; la costilla primaria y el aura de inspiración en sí; musa de las musas. Uno; soberano e imparcial; infinito, inmutable y fidedigno. Divino.
Cruel, castigador y ciego. Egoísta y lúgubre. El musculo de la mano derecha de la guadaña del óbito; el jugador con la peor mano en la partida del azar, donde todo lo que le rodea constituye su apuesta. Desaparecido y único; rencoroso y sin cuartel en el perdón. Odioso. La falta de fuerzas para subir a la superficie en un naufragio y la ley de la gravedad al borde de la cornisa. Detonador de la ira natural y cerrajero de la Caja de Pandora. El ébola, la peste y el tifus; la rabia y el susurro en el oído del débil. Enterrador, vil y tramposo; estricto e imparcial. Malvado.
El hecho de las ideas que surgen a partir de la creación quedan demostrados gracias a los avances científicos que el ser humano ha cosechado a lo largo de la historia; surgiendo así la teoría del Big Bang o la selección natural de Darwin. Pero a merced de la fe y la creencia, todo tiene su nacimiento en el deseo de demostrar dicha imagen y semejanza a merced del primer hombre y la primera mujer –digamos…Adán y Eva- y de una costilla, una manzana, una serpiente y tal. La presencia de este Creador, o estos dioses, de este ente magno y todopoderoso se retoma pues, como una posibilidad y una forma de ver la vida y el presente, donde el conocimiento, el deseo y la idea de un Ser protector que nos bañe a todos de amor y nos tape con la manta del porvenir resulta necesaria, cuanto menos. La imagen pues, del Maestro conocedor de la única verdad, está pensada y creada para la idea del ser, y para mantener a ralla la disposición natural del sujeto como animal instintivo con ápices de razón.
Y la independencia de la cara que se le otorga al ente, o los fundamentos que componen la idea general de ese Ser supremo que nos asegura la selección de las buenas acciones y nos allana el camino a favor de un mejor mañana, varía atendiendo a la razón, fe o conocimientos de cada uno; por lo que el nombre y los puntos básicos en los que se sustenta el ideario y el correcto comportamiento varían desde unas tablas hasta un libro escrito con las lágrimas y sangre del mismo; en lo que denominamos religión.
Es decir, un ser bondadoso y omnipotente que nos proporciona la vida a partir de su carne y su sangre; de su aliento e inspiración. Con una palabra concreta que enseñarnos y que ha de guiarnos…palabra por la que se han cometido las mayores y más crueles barbaridades de la historia del ser. Por religión; por creencia y en nombre del Divino, se han librado cruentas batallas y devastaciones inusitadas ante las que los desfavorecidos o perdedores alzaban su voz pidiendo y rogando una ayuda, una mano que meciese su porvenir hacia la subsistencia y la paz. Palabra silenciada a golpes; ruegos no escuchados olvidados en el silencio de gritos desgarradores y enterrados a dos metros bajo tierra como colofón final. Oídos sordos para palabras de perdón; para gritos de fe. Nombre supremo pronunciado en vano.
La dualidad propia que posee, por tanto, es un pulso entre la creencia y la razón; entre la fe y la demostración de hechos concretos que varían dependiendo de la fuerza, en vez de ser empujados por el Líder que se presuponía cada bando poseer. El dimorfismo y la reiteración de un bando que luchaba, echaba y castigaba a otra manera de pensar, a otra manera de mantener viva la fe basándose en diferentes actos y en raciocinios dispares en nombre del Supremo. La otra cara de la moneda que atesora un nombre propio por el que se han realizado verdaderos actos de depravación y de fe; y por los que el ser humano es capaz de mover montañas y andar sobre las aguas. Actos por Dios.
Pero… ¿Dónde entra el cine en todo esto?
La puesta en escena. La caída de la careta y demostración del rostro del Ser, del Ente; de Dios. El desarrollo de los actos y la depravación; la muestra del porque, para qué, y del verdadero quien. El hecho en sí; la razón verdadera y los movimientos de la fe. La bajada a lo terrenal de lo divino.
El cine, como herramienta perfeccionada para el conocimiento y la comunicación, promueve ideas propias que atesoran a Dios como un ser único sin igual ante la humanidad y todo lo derivado de ella, independientemente de la creencia que Él mismo creó, o que fue obra del devenir propio de la naturaleza. Remueve las conciencias a favor o en contra de la creencia y la fe, y demuestra los hechos varios ocurridos a partir de esta.
Dios se nos muestra con diferentes aspectos, en lo que son modelos muy diferentes entre sí y que varían de la imagen preconcebida que tenemos del mismo. Así mismo, en ‘Como Dios’ (Tom Shadyac, 2003) nuestro Dios magnifico y todopoderoso no es otro que el bueno de Morgan Freeman –al igual que en la secuela ‘Sigo como Dios’ del año 2007-. En dicha película se muestra cuán arduo es el trabajo que el omnipotente tiene, y hasta qué punto sus obligaciones de escucha y perdón; de protección y manejo son inverosímiles y difíciles. Que Dios le otorgue sus poderes a Jim Carrey después de que este “despidiera” al mismo, ensalza su aptitud de Maestro para con nosotros, con la única finalidad de hacerle comprender que no todo es tan sencillo de ser atendido; que ninguna plegaria es por nada, y que no se olvida de nadie. Los poderes pues, le otorgan las capacidades de toda posibilidad que se cruce en la mente del hombre; desde dividir la sopa de tomate hasta caminar sobre el agua.
En ‘Furia de Titanes’ (Louis Leterrier, 2010) –remake de la película de 1981 dirigida por Desmond Davis- e ‘Ira de Titanes’ (Jonathan Liesbeman, 2012) se nos presenta a ese ser poderoso y creador del hombre y lo conocido; alfarero del hombre a razón de otorgarle la vida al barro: Zeus. Encarnado por Liam Neeson, y que cuenta la historia de su hijo y la lucha por la supervivencia en la Tierra y en el Olimpo – el paraíso-. Otra vuelta de tuerca a la religión – de la que hablaremos más adelante en otro dictado de la Z– donde el único creador debe dividirse para mostrar compasión o mano dura a razón del comportamiento de sus hijos y creados; un ser poderoso y cruel, que maneja sus hilos de manera azarosa y despreocupada, en busca de su divertimento; y un ser hábil y sensato, que se alimenta del amor terrenal por lo divino para subsistir como inmortal.
También nos posibilita a escuchar palabras sobre el mismo, a sufrir lamentos y ruegos y a alimentarnos de la palabra del hombre para el uso de la fe, evocando el perdón o la compasión. Y la crítica; donde se nos muestra la imagen perdida de fe hacia nada superior a lo terrenal, componiendo la vida como un segmento natural, con comienzo y final.
Así, Al Pacino, dando forma al mismísimo Diablo, enemigo natural del Dios benevolente, se ríe de la supremacía y el control que lo Divino tiene sobre los seres más inferiores en ‘Pactar con el diablo’ (Taylor Hackford, 1997). Quizás sea cierto, nos asegura Al Pacino, quizás Dios ha jugado demasiado a los dados y ha perdido el planeta. Nos asegura que el control total que poseía ya no lo es tanto, y que el ser humano ha perdido fe y creencia. Se ríe de Dios.
Por tanto, la vida como tal, tiene diferentes ideologías en cuanto al momento culminante en el que surgió, en el que se dio lugar y hora a la fecha; en el que un Dios, un ser supremo salpicó el lienzo con gotas de su propia imagen y nos condujo a la existencia. Existen métodos de ver la vida derivados de la fe y la creencia, e instantes hasta en los que los más ateos se muestran propensos a rogar y sentir, olvidando el curso natural de la vida.
La vida, como regalo, es comprendida y demostrada a través de este curso, pero el hecho de la fe y la necesidad que el sujeto tiene de creer en algo superior a sí mismo para tener la posibilidad de implorar llegado el momento, convierten a Dios, si es que lo es, en el mejor invento de la historia para muchos; y en la peor mentira para otros, fomentando esto en la cantidad de movimientos mal realizados que la historia ha tenido por realizar. Un ente superior, un algo que adquiere o no una forma, y que se nos presenta de “X” manera, para demostrar que, estemos solos o no, la necesidad de pensar en la compañía nos mueve, y nos hace realizar actos sobrehumanos y maravillosos; crueles y repugnantes.
Un ser supremo que dotó a la existencia de posibilidad y verdad, y que empuña una espada afilada y cruel en una mano, y tiene una suave y dulce caricia en la otra, sin que Él mismo se ponga de acuerdo. ¿Cómo íbamos a hacerlo entonces nosotros?
Pero ya lo dijo John Milton (más o menos): “A Dios le gusta observar, es un bromista: dota al hombre de instintos, nos da esta extraordinaria virtud, y ¿qué hace luego? Los utiliza para pasárselo en grande, para reírse de nosotros, para ver como quebrantamos las reglas. Él dispone las reglas y el tablero y es un auténtico tramposo: mira, pero no toques; toca, pero no pruebes; prueba, pero no saborees. Y mientras nos lleva como marionetas de un lado a otro, ¿qué hace él? Se descojona, ¡se parte el culo de risa!”