Suena el clic y salta el resorte; la palabra del ser inconforme ante la actuación del prójimo. Retruena, en cada yunque, martillo y estribo del mundo, formando el eco de dicha pronunciación y la alteración emocional que produce esto. Y ahí es donde entra el sentimiento, que se gusta ante la sensación que le ha dejado lo que acaba de escuchar, como solo una lengua se puede gustar contra un labio. Ahora es cuando la comprende; cuando se siente dichosa del conocimiento y a su vez valiente ante lo que procede a la presente elocución.
Pero no es dichoso todo lo escuchado. El poder de lo dicho es tan poderoso, que hasta el mismo locutor puede llegar a sentir pánico una vez recapacitado. Y ahí surge angustia, melancolía y/o taciturnidad. Ahí es donde el ser al que iba dirigido se siente vulnerable ante la emocionalidad de esto, y el miedo se apodera de sus sensaciones, que previamente han podido ser resquebrajadas.
La fuerza ya es otra cosa. El hecho de la potencia implica que algo sea comprendido de una u otra manera, manteniendo en cada momento el vaivén de emociones. Y a la fuerza le precede el estado del sector al que es dirigido, corrompiendo sus pensamientos en pos del bien o mal que interfiera cada instante.
Hablamos de palabras. Las palabras, como tal, que se aprecian como algo invisible, e inofensivo; pero más lejos de la realidad, se encuentra lo más poderoso que jamás ha acontecido la humanidad. Palabras resuenan cada instante, cada momento que tenga que existir un tipo de comunicación, y todas ellas, poseen su sonoridad y comprensión especificas, variables ante la inclinación de la fuerza pronunciada.
Cada letra que entra en la orgia del lenguaje, termina acostándose con las sílabas, dando a luz las palabras que forman diálogos, dictados y monólogos, que a su vez desenmascaran los sentimientos más escondidos de los dichosos que saben escucharlos y saborearlos; y ahí es donde se forma uno de los puntos del lenguaje.
Pero… ¿Dónde entra el cine en todo esto?
El lenguaje; las palabras, forman uno de los pilares básicos sobre el cual se termina construyendo la inmensa catedral cinematográfica, la hermosa e impactante obra de arquitectura que es el cine. Cada palabra que entra en el guión, adaptado o no, de una obra del celuloide, es escuchada millones de veces, promoviendo la comunicación y las emociones que se pretendían conseguir, y desentrañando las mayores interacciones que un arte puede demostrar a los usuarios del mismo.
Cada palabra tiene su propia consecuencia, y su hecho creado de por sí, que otorga la funcionalidad correcta al lenguaje y a la interacción. Y este hecho ha sido perfeccionado y demostrado a lo largo de la historia, donde han acontecido momentos en los cuales una simple palabra, ha cambiado el rumbo de la humanidad de un trayecto a otro.
Rosebud, por ejemplo; como palabra en sí, no tiene nada. Es una mezcla de consonantes y vocales, y una variante pronunciación de la cual se desenmascaran sentimientos ocultos y otros no tanto; pero hay que esperar a la finalidad de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) para comprender todo lo que la palabra Rosebud implica, y todo lo que le debe el cine a ella.
Pero Rosebud es algo muy propio del autor; del creador de determinada obra de arte en el séptimo formato.
It (eso). Eso. Es decir; nada más que la palabra “eso”. Y con dicha palabra, Stephen King propagó el terror y el miedo, enmascarando a un ser con apariencia de payaso asesino. It (Stephen King, 1990) proporciona los 189 minutos de terror que jamás pensarías con un título de dos simples letras: Eso es, sin más posibilidades de explicación, el sentimiento del algo que no comprendes; y de una fuerza devastadora ante la que no te encuentras preparado; siendo eso exactamente, lo que provoca una carrera hacia la interpretación y el conocimiento del significado de ello. Pennywise termina siendo menos conocido que eso; y eso termina siendo la mejor, y más terrorífica palabra que el señor King podría promulgar.
Elige; elección, elegir en su forma verbal. ¿Cuándo, qué y cómo elegir? Elegir es una palabra, en cualquiera de sus conjugaciones, que posee un poder implícito y millones de posibilidades. Neo ya tuvo que elegir entre dos pastillas ante la atenta mirada de un Morfeo deseoso de que seleccionase lo que él quería en Matrix (Andy Wachowski, Lana Wachowski, 1999). Y ahí se encontraba él, ante una decisión que le mantendría en un mundo no destinado a su porvenir, y donde su sino estaba concentrado en una finalidad concreta. ¿Puede una palabra mantener el aliento de personas e individuos ante la espera? Sí, claro que puede; y Morfeo está al corriente de ello.
Pero, aprovechando la palabra elegir, ¿hasta qué punto esta palabra es corriente? Es decir, la dificultad que acompaña al sentido de la palabra en cuestión, es mucho mayor que eso, o Rosebud. La dificultad de elegir, lo que se entraña de esta mezcla de letras y silabas es mucho más amplio y complicado; y no es así hablando directamente de la elocución de la misma, si no de las consecuencias que posee esta. Así, Michael Corleone eligió ir al restaurante a jugársela en vez de dejar a su hermano ocupándose de todo, y en After Life (Hirokazu Kore-Eda, 1998) los protagonistas se enfrentan a duras decisiones: ¿Con qué te quedarías si, al morir, sólo pudieses llevarte un recuerdo a la otra vida?
Estas palabras, sobre todo la última escudriñada, representan dificultades variopintas, hablando de las consecuencias o el término correcto en el que se use; así como en su contexto. Eso no da miedo, elegir no es más que una forma verbal de tercera conjugación, y Rosebud…bueno, Rosebud es Rosebud.
Y después está el complicado proceso de correcta selección de estas. La vida no es un resumen bueno si la mayor utilización que haces de las palabras es abrir la boca y empezar a soltar barbaridades, ni puedes comprenderlas ni hacerlas comprender si tu etimología se quedó en época pre-cualquiera. No puedes marcarte un Bradley Cooper en El ladrón de palabras (Brian Klugman y Lee Sternthal, 2012) ni utilizar cualquier tipo de verborrea que haya sido inventada. Por lo que, otro punto de dificultad es consistente en cuanto a la selección correcta de estas palabras, que mezclan esas frases y diálogos que nos marcarán y harán que verdaderamente cobren sentido las ideas que se comprometía el autor artístico de la obra a hacernos entender como tal, sin eufemismos insulsos ni macedonias de palabras que no posean sentido.
En resumidas cuentas, las palabras nos han transformado casi tanto, o más que a ellas mismas a lo largo del tiempo que la humanidad ha utilizado estas creaciones para mantener una comunicación; y nos ha hecho vástagos de ellas, esbirros de un uso, una interpretación cada vez más necesaria y contracorriente, que nos materializa las ideas y las convierte en realidad. El uso de estas, desgarrador o enamorante por sí mismo, nos traduce las emociones y sentimientos, y nos demuestra cómo, siendo parido por todo su amor, crean diálogos y monólogos que se ceban con nuestra memoria, y nos encumbran en quotes dignas de ser recordadas.
Ergo, nos encontramos ante la fuerza primaria del cine, y ante el principal ingrediente que acompaña a las imágenes y trama, donde todas estas potencias e incógnitas, forman la ecuación del séptimo arte, y datan a este de la personalidad que se espera, denotando la calidad del autor como la clave en sí, jugando con estas palabras y edulcorando todo lo que precede a la obra final.
Y ahí es justamente donde entra: en el punto de la creación; de la pre-obra; siendo imaginadas de una manera vulnerable y sin la potencia y trascendencia que cobran al final, dotando a todo lo que tocan con su sonoridad de los elementos clave que la conforman, ovacionándonos con el simple hecho de escucharlas; de la perfecta definición de emociones y sentimientos, y otorgando la dicha del saber; y del sentir.
Pero ya lo dijo Max (más o menos): No, no, no. Con tus propias palabras. Si tus ojos pudieran hablar… ¿Qué dirían?