Crítica de ‘The Program (El ídolo)’ (2015, Stephen Frears)

Muchas son los relatos de mitos caídos en desgracia y nada fácil la tarea de llevarlo a la gran pantalla aún más si el tema tratado de fondo es el ciclismo, pero Stephen Frears ha conseguido un notable trabajo con ‘The program’. Una historia ya conocida por muchos que desmantela a uno de los héroes americanos de los últimos tiempos, Lance Armstrong, el que fue considerado el mejores deportista de la historia después de ser capaz de superar un cáncer y ganar siete Tours, pero que resultó ser uno de los mayores fraudes del deporte y el american dream.

Un largometraje con aires de documental inteligentemente rodado, con un ritmo nada empalagoso que consigue captar la atención del espectador sea o no entendido en la materia. ‘The program’ se sustenta sobre un argumento tan demoledor como interesante, un reflejo del lado oscuro de la ambición humana representado por una muy buena actuación de Ben Foster (‘Warcraft’, ‘El único superviviente’), conocido secundario nada destacado hasta el momento. Puede que se eche en falta algo más de recursos en la cinta de Frears pero ello no desmerece en absoluto el resultado final, el director británico hace uso de manera acertada de imágenes de archivo en numerosas ocasiones, mantiene el pulso narrativo destapando el peor lado de un personaje falto de cualquier ética y moral que fue referente de millones de personas.

Un buen producto cinematográfico, una película entretenida, un acertado reparto de solventes actuaciones hacen de ‘The program’ un digno largometraje. Es posible que los conocedores de la historia de Armstrong no descubran nada nuevo, incluso podrán tacharla de exceso de simplicidad pero el acierto con el que Frears no sirve la historia la convierten en un producto tan interesante como disfrutable. Si no eres un loco del pedal no te dejes amedrentar por ello, la cinta no va de bicis sino de un ser humano que se creía invencible, siendo capaz de urdir uno de los mayores escándalos de la historia del deporte y que acabó inevitablemente devorado por el peso de sus propios actos.