‘Perdida’ ha sido una de las películas más esperadas del año tanto por su director (David Fincher) como por su actor principal (Ben Affleck) y por la novela homónima de Gillian Flynn en la que se basa. Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo sobre la calidad final de la película, por lo que os proponemos una crítica a favor a cargo de Lara Alonso y otra en contra a cargo de Diego Rufo para que nos digáis con qué visión se parece más a la vuestra.
A FAVOR:
«Anatomía de la podredumbre»
por Lara Alonso
«Perdida se preocupa por cuidar el detalle, jugando al gato y al ratón desde el principio hasta el final»
Cuando hace casi un año se anunció que David Fincher sería el encargado de dirigir la adaptación a la gran pantalla de la exitosa y célebre novela ‘Perdida’, escrita por Gillian Flynn, no hice más que alabar la decisión, ya que desde el primer momento creí que era un proyecto que había nacido para que alguien con el talento y la visión del director de filmes como ‘La habitación del pánico’, ‘El club de la lucha’ o ‘El curioso caso de Benjamin Button’ lo llevara a cabo de manera más o menos decente. Y vaya si lo ha hecho.
Al leer la novela, no pude evitar pensar que la historia guardaba ciertas reminiscencias con la línea argumental que siguen algunas películas de Fincher. En ‘Perdida’, nada es lo que parece, los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos y las relaciones entre los diferentes personajes tienen lugar en el interior de una atmósfera revestida de perfección pero que, en su esencia, irradia la misma podredumbre que puede palparse sobre todo en los dos protagonistas principales.
‘Perdida’ supone todo un reto para aquellas personas que nos dedicamos a hacer críticas. Si ya es importante con la mayoría de películas opinar sin revelar mucho de lo que sucede a lo largo del metraje, en este caso es completamente vital pasar por alto los spoilers y permitir así que el espectador acceda a la sala de cine lo más virgen posible, eso suponiendo que no se haya leído primero la novela. Para el grupo de los que sí se dejaron seducir por las palabras de Gillian Flynn y deseen acudir a los cines con la intención de comprobar si la adaptación es digna o, en el peor de los casos, una broma de mal gusto, como ha sucedido con otras tantas adaptaciones, os encontraréis con la confirmación de que lo que Fincher ha hecho es conseguir que el suspense que se respiraba en todas y cada una de las páginas de la novela esté presente en la mayoría de las escenas de la película. En otras palabras, la adaptación no ha perdido la esencia de la novela, algo que con toda probabilidad haya sucedido por el simple hecho de que la propia autora ha sido la encargada de llevar a cabo el guión.
En ‘Perdida’, Nick y Amy Dunne se disponen a celebrar su quinto aniversario de boda, pero esa celebración nunca llega a tener lugar porque Amy desaparece sin dejar rastro. La investigación policial no tarda en dar comienzo y lo que parecía una simple desaparición poco a poco y gracias a la aparición de pruebas y diversos testimonios de aquellas personas que conocían a Amy, empieza a transformarse en algo mucho más serio, algo en lo que, tal vez, Nick haya tenido que ver.
Diría que las dos grandes bazas de ‘Perdida’ son el guión y el elenco. En el primer caso, el metraje de casi dos horas y media se resuelve bastante bien gracias a escenas rápidas, redactadas de forma concreta para no liar al espectador, lo que no quiere decir que por ello se pierda la sensación de misterio y agobio que podía percibirse en el libro. Todo lo contrario, pues esa sensación se ve reforzada por la presencia casi constante de una iluminación oscura abundante en tonos amarillentos, típica por otro lado en la filmografía de Fincher, que logra que tengamos la certeza de que no todo en la aparentemente apacible vida de Nick y Amy es de color de rosa.
Debo reconocer que cuando descubrí que Ben Affleck había sido el elegido para encarnar a Nick Dunne me llevé las manos a la cabeza. ¿Cómo un actor de tan escaso repertorio expresivo podía interpretar a un hombre con tantas luces y sombras? ¿Qué había hecho que David Fincher le diera el papel protagonista? La respuesta, a pesar de no haberla visto durante los meses posteriores a descubrir su incorporación al proyecto, la encontré al visionar la película. Es precisamente la poca expresividad del rostro de Affleck lo que le hace ideal para encarnar al frío y distante Nick Dunne, un hombre que, con solo una mirada desprovista de cualquier tipo de sentimiento, parece decirnos que se guarda un as bajo la manga, un as que no está dispuesto a compartir con la policía.
Pero si alguien debe llevarse todas las alabanzas y felicitaciones, esa es la actriz británica Rosamund Pike. Simplemente no creo que exista otra actriz que hubiera podido interpretar con tanta maestría y precisión el intrincado personaje de Amy. Rosamund puede ser delicada, sensual y extraña a partes iguales. Puede provocarnos simpatía, comprensión y desconfianza a medida que avanza la trama y ese ir y venir de pareceres en el público solo lo puede provocar una buena actriz. Personalmente, me sentiría muy decepcionada si la Academia no le reconoce su trabajo con alguna nominación a los Óscar.
Affleck y Pike están además, rodeados por una plantilla de secundarios que no podían estar mejor seleccionados. Destacan Carrie Coon, que interpreta a Margo, la melliza de Nick y su único apoyo en la investigación y la televisiva Kim Dickens, que encarna a la dura detective Rhonda Boney. Neil Patrick Harris se deja ver también en un papel muy distinto de lo que nos tiene acostumbrados a ver y, diría, sin miedo a equivocarme, que una de las escenas que su personaje interpreta, pasará a la historia por ser una de las más macabras de la historia del género suspense.
‘Perdida’ es recomendable al cien por cien, una de esas películas en las que no se sabe quién es el cazador y quién es la presa hasta el final. Una película bien hecha, cuidada al detalle para no permitir que el espectador caiga en el aburrimiento. Intensa y agobiante. Un filme que no dejará a ninguno indiferente.
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EN CONTRA:
«El naufragio de las expectativas»
por Diego Rufo
«La película peca principalmente de simplificar sus situaciones y sus personajes, quitándole credibilidad a la trama y desaprovechando la riqueza potencial de sus situaciones»
ATENCIÓN: CONTIENE SPOILERS
Nuestro mundo se compone de nuestras expectativas; son ellas las que, partiendo de un presente incierto, nos guían hacia un futuro idílico o infernal; ellas son las que marcan y juzgan el destino, las que vuelven al presente reconfortante o detestable, las que incitan al cambio o al sedentarismo, en fin, son ellas las semilla de la satisfacción y de la decepción, el origen del conformismo y del sadismo en el ser humano. Lo que inocentemente piden esas expectativas no es más que el desarrollo de una potencialidad, de un germen que el objeto deseado carga en su seno y que, por alguna razón, no consigue actualizar; eso es lo que le ocurre a Amy Dunne cuando mira a su marido y eso es lo que ocurre cuando uno gira su mirada hacia ‘Perdida’, pues lo que más molesta de ella no es que sea una mala película, sino que sea una película mucho peor de lo que podría haber sido.
Dada la experiencia y la excelencia demostrada por David Fincher a lo largo de toda su trayectoria y – según dicen – el excelente material con el que contaba en la novela de Gillian Flynn (autora también del guión de la película) las expectativas – alimentadas por los propios creadores – parecían garantizar su status como hito del thriller moderno americano, como en cierto modo pueden serlo ‘Seven’ (1995, David Fincher) o incluso esa vuelta de tuerca que supuso ‘Origen’ (2008, Christopher Nolan). La originalidad de su trama y, sobre todo, de su estructura narrativa en cuatro tiempos perfectamente marcados – heredadas ambas de la novela –, resultan innegables, así como lo son – hablando de lo puramente cinematográfico –la solvencia de sus actores o la absorbente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross; sin embargo, todo ello no resulta suficiente para subirla a ningún podio, pues su poca destreza para enriquecer la narración con niveles de interpretación y para alejarse del más absoluto maniqueísmo acaban deportándola a un pueblo fronterizo entre el thriller elaborado y las tierras del telefilm.
El género del thriller es un recurso tan habitual en el cine y la literatura contemporáneos que es perfectamente legítimo exigirle a cualquier nueva obra que se enmarque en él que nos deleite con lo sorprendente de su resolución, la intensidad de sus situaciones, la originalidad de su estructura, la novedad de su enfoque, la amplitud de sus temas, la profundidad de sus personajes o, llevada ya al otro extremo, un inteligente sentido del humor (1). Curiosamente, durante todo el metraje de ‘Perdida’ puede verse que todas esas pretensiones han sido tenidas en cuenta en su planteamiento y, sin embargo, ninguna de ellas consigue calar en el espectador como debería. Incluso en el plano más estructural y narrativo, que es donde el film tiene una mayor solidez, pueden verse ya varios engranajes funcionando sin la suficiente fluidez, faltándole o sobrándole escenas con frecuencia: las pistas de aniversario empiezan a producir desconfianza sobre Amy, haciendo que el impacto del giro principal sea menos inesperado de lo deseable; el robo de la pareja del motel se introduce de forma precipitada y demasiado ad hoc; la brutal escena de sexo con Desi Collings (Neil Patrick Harris) resulta burda y excesiva, demasiado preocupada por producir el impacto visual que por la necesidad de mostrarla; mientras que la falta de recurso a las cámaras de seguridad por parte de la policía para resolver la reaparición de Amy produce un punto flaco en la credibilidad de la resolución de la película.
En el terreno más especulativo es justo reconocer que el film (entroncando así con la espléndida serie Broadchurch (2013, Chris Chibnall)) consigue plantear una interesante reflexión acerca del voraz tratamiento de la tragedia que se hace desde los medios de comunicación, tanto en lo que se refiere al aprovechamiento de las tragedias en la lucha por el share (el reciente y tortuoso caso de Teresa Romero es un claro ejemplo de ello) como en su poder para crear ángeles y demonios. Sin embargo, todo ello se ve tremendamente lastrado por el absoluto maniqueísmo con el que se acerca a la pareja protagonista, eje principal de toda la trama y, tal y como se plantea la película, casi de toda posible reflexión. El único personaje que parece preocuparles realmente es el personaje de Amy, pero no tanto para darle profundidad y complejidad, sino para mostrar constantemente la desbordante inteligencia que oculta y garantiza su absoluta perversidad; en el lado contrario, su marido Nick Dunne se muestra como un simple bobo que, sin ser un santo, alberga más cinismo que maldad, quedando reducido finalmente a una pobre presa de esa desmesurada estratagema femenina de descalificación pública a la que le somete su mujer.
El papel de él se limita a ser una mera marioneta tanto de su esposa como de los guionistas, perdiendo con ello toda posible profundidad acerca de lo enfermizo de esa relación de dependencia entre ambos o incluso a la parábola que podría llegar a proponer sobre el extraño ensañamiento al que pueden llegar ciertas parejas al darse cuenta de que sus expectativas difieren radicalmente de esa realidad idílica que habían creído alcanzar de una vez por todas. La película se esfuerza demasiado en retratar la perversidad de ella al tiempo que reincide constantemente (voluntaria o involuntariamente) en la supuesta inocencia de él: el repaso del diario nos empuja a pensar que lo momentos más despreciables de él son fruto de la retorcida ficción creada por ella, la reconciliación final parece atada únicamente al chantaje del embarazo (“¿Cómo vas a pasar los próximos 18 años con ella?” le pregunta la hermana a Nick) y no a una extraña necesidad por parte de ambos de mantener esa relación, sin preocuparse por incidir en aquellos comportamientos de Nick que pudieron provocar la (por lo demás desmesurada) reacción por parte de Amy.
Todo ello produce que la película, que es tristemente consciente de su necesidad de ampliar sus lecturas más allá de los meramente narrativo (la mezcla de géneros es la mejor prueba de ello), se siga con interés pero sin entusiasmo. La simplificación de sus personajes, que es el mayor pecado que puede llegar a cometer un thriller que plantea una trama tan excesiva y surrealista como ésta, se convierte en un lastre que termina por afectar tanto a lo narrativo (la credibilidad de las historia por culpa de su simplificación) como a lo especulativo (la posibilidad de extraer reflexiones de una situación llevada al paroxismo), pues termina produciendo una descompensación de la balanza que convierte a la película en un barco a la deriva cuyos capitanes parecen demasiado preocupados por la espectacularidad del oleaje y muy poco por explorar la profundidad de sus aguas.
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