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‘Negociador’ (Borja Cobeaga, 2015)

   La eterna lucha de la filosofía ha sido siempre el enfrentamiento entre el concepto y lo concreto o, dicho en terminología platónica, entre el mundo de las ideas y el mundo sensible. Igualmente, en política encontramos una actitud similar: cuando la ideología (el concepto) se enquista los bandos se perfilan y, con ello, su integrantes y defensores (lo concreto) se difuminan perdiendo su identidad e incluso su realidad, pasando a ser fichas de un tablero en el que los bandos entre buenos y malos ya están definidos de antemano. Recientemente, en el valiente e inteligentísimo documental ‘Asier ETA biok’ (Aitor Merino, Amaya Merino, 2013), Aitor Merino intentó romper el muro de metacrilato que sesgaba el conflicto entre el gobierno español y ETA, mostrando su amistad con un declarado miembro de dicha organización; ahora, Borja Cobeaga se propone lo mismo en esta joya que responde al nombre de ‘Negociador’, con la que pega un salto de gigante respecto a sus dos películas anteriores como director y con la que sublima estéticamente la intención de su guión para «Ocho apellidos vascos«.

Manu Aranguren y Josu en la mesa de negociaciones junto a Sophie y James
Manu Aranguren y Josu en la mesa de negociaciones junto a Sophie y James

‘Negociador’ nos propone asistir – con una distancia y respeto admirables hacia los dos bandos – a la recreación ficticia de las secretas negociaciones (o diálogos) entre el Estado Español y los representantes de ETA durante el año 2005 en Francia, tomando a los personajes de Jesús Eguiguren (aquí Manu Aranguren) y a los etarras Josu Ternera y Thierry. Sin embargo, en vez de plantear dicho encuentro bajo una visión trágica o tensa que fácilmente podría haber caído en el terreno del thriller (como hicieron, por ejemplo, ‘El lobo’ (Miguel Courtois, 2004) o ‘Lasa y Zabala’ (Pablo Malo, 2014)), decide tomarlo desde su perspectiva más costumbrista salpicando constantemente la película con un brillante , inteligentísimo y medido sentido del humor que se aleja totalmente de la irreverencia y del esperpento para encontrar su pulso cómico en el lado más humano de los pequeños detalles. Para ello, el enfoque tanto del conflicto como de la negociación juegan un papel contextual, donde sus personajes (principalmente el siempre espléndido Ramón Barea) tienen todo el peso de la trama, donde el objetivo, al fin y al cabo, siempre hace foco en sus ojos.

Josu, James y Manu en el bar del hotel el domingo

Ahora bien, este acercamiento humano no significa una distancia real respecto del conflicto ni respecto de la importancia de aquellos encuentros sino que se encarga de profundizar en el hecho más simple: que a ambos lados de la mesa de negociación lo que hay no son organizaciones sino personas que, a su vez, no representan tan sólo conceptos, sino a los seres humanos que las defienden. Por supuesto, dicha humanización no pasa por una defensa ni una banalización de la violencia terrorista, sino que la muestra de forma velada a través de alusiones telefónicas o de la sutileza de un nudo de corbata. La comicidad buscada en el conflicto no pasa por las medidas concretas de los dos bandos (apenas apuntadas casi de forma paralela al final del film) sino más bien por aquellos quistes ideológicos que se enfrentan como dos toros dando cornadas y que impiden la búsqueda real de un consenso: lo que nos muestra es el absurdo punto muerto al que se había llegado en el conflicto, donde buena parte de la discusión incluía una batalla terminológica que, en muchas ocasiones, parecía más una cuestión de ego que de defensa ideológica real por ambas partes y cuyo ejemplo más emblemático en la película es el desconcierto de la traductora cuando se ve incapaz de explicar la discusión acerca de si se habla de ‘Euskal Herria’ o de ‘País Vasco’, cuya traducción al inglés resulta ser la misma, pero donde se pone de relieve también la nada banal barrera lingüística inherente a todo el conflicto.

Breve aparición de Secun de la Rosa como camarero

Al igual que en ‘Ocho apellidos vascos’, la propuesta subyacente no es otra que el hecho de que la comprensión y el acercamiento político necesita de un acercamiento humano por parte de ambos bandos, y para lo cual la mejor receta es la convicción de que no hay mayor complicidad que la que se genera por la sonrisa y por la autoparodia de la que hace gala todo el film y cuya materialización llega con la escena en que Josu asume haber tomado por fin sus “bellas palabras» de una mala película de suspense pasada la noche anterior en el Canal Internacional, funcionando así como metáfora del necesario cambio de la hostilidad por doquier por la apertura emocional. Y lo más interesante de dicha relajación o acercamiento de posturas es lo que muestran la escena de apertura y la de cierre del film: el limado de los barrotes de las posturas ideológicas no sólo afecta en sí a los integrantes oficiales de cada postura sino que impactan directamente en el terreno de lo social, en esa parte del pueblo a la que se supone que representan respectivamente y que durante tanto tiempo han vivo enfrentados con todos aquellos circundantes que defendían la postura contraria, teniendo que elegir “de puertas para afuera” ante la simplificación de si eran un terrorista o un traidor.

Oscar Ladoire y Ramón Barea

En definitiva, ‘Negociador’ es una propuesta tan inteligente, elegante, equilibrada y honesta que la convierte, probablemente, en una de las mejores películas del año y, sin duda, en una de las películas españolas más brillantes del último lustro (lo cual, teniendo en cuenta el exquisito estado de salud de la cinematografía nacional, es decir mucho). Su absoluta serenidad y clarividencia – ya presentes en la deliciosa realización de Cobeaga, en la dirección de fotografía de Jon D. Domínguez y en lo contenido de sus interpretaciones – hacen de ella una película fundamental para entender tanto el compromiso político de su director a través de su ashbyana antropología cómica (1), como el compromiso formal del cine español actual, capaz de poner sobre la mesa victoriosamente una realidad tan reciente y dolorosa como ese conflicto político que – como se anunciaba en ‘Asier ETA Biok’ – mientras no alcance una resolución real de consenso no conseguirá «que las viejas canciones de guerra que pedían que corriera la sangre queden obsoletas para siempre. Y ojalá se cumpla eso de que los amigos de mis amigos son mis amigos” ni con las frustraciones por parte de los dos bandos. Recuperar ese pasado reciente (o mejor dicho, ese presente) y hacerlo desde el sentido del humor y la conciliación evita que todo aquello quede petrificado como un insecto prehistórico vagamente conservado por la resina de la memoria.

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(1) Borja Cobeaga en su entrevista con Blogdecine: «me he fijado en peliculas americanas, como las de Hal Ashby, ‘Bienvenido mister Chance’ es la más clara, o las últimas de Alexander Payne, especialmente ‘Nebraska’. Pero las de Ashby y Payne son películas muy europeas, claro. Había un afán de hacer una comedia muy personal. ni chistes evidentes ni comedias con subrayados.»

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