“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos” decía Jorge Luis Borges. Lisandro Alonso ha sido un cineasta atípico en el cine iberoamericano. Su ausencia de diálogos y sus planos llenos de silencios, simbolismo y caminos han marcado una filmografía alejada del reconocimiento de otros cineastas argentinos como Daniel Burman o Juan José Campanella. Con esta última producción, ‘Jauja’, Alonso entra en la primera división del circuito independiente después de su triunfo en el Festival de Cannes, donde obtuvo el premio FIPRESCI en la sección Una cierta mirada.
Antiguamente, se creía que Jauja era la tierra de la abundancia y felicidad. Un lugar mitológico al que varios buscadores fueron de expedición para encontrarlo. Debido a que nadie daba con ella, la leyenda se extendió sobre su paradero. Los rumores surgían, cada uno más descabellado que en el anterior dicho. Lo que sí se sabe con certeza es que todo aquél que intentó dar con el paradero de ese paraíso no volvió de la búsqueda.
La explicación inicial sigue a un breve diálogo entre un capitán danés, Gunnar Dinesen, enviado a la Patagonia para ayudar a la Argentina a conquistarla, y su hija Ingeborn, que le debe acompañar ya que no tiene a nadie más en el mundo. Se trata de un lugar desolador, inhóspito y desconocido. Al poco tiempo, la joven hija del capitán huye con un soldado. Es ahí cuando empezará la odisea del militar danés.
El director se encarga del guion conjuntamente con el poeta Fabián Casas para crear un mundo que divaga entre la realidad y la fantasía. Rodada al estilo primitivo, 4:3, con encuadres redondeados incluso, la fotografía del finés Timo Salminen, habitual de Aki Kaurismäki, es delicada, pausada. Salminen consigue trasportar al espectador a una Patagonia salvaje, mágica, desconocida. Borges decía: “Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo”. En esta propuesta, Alonso aprovecha un momento histórico oscuro de la Argentina colonial, aquella que masacró a las poblaciones nativas. Ese tema, espinoso y tratado de manera maniquea por parte de algunos expertos, se toca de forma secundaria, es el escenario de fondo; sin embargo, en los breves diálogos que hay se dejan caer fuertes sentencias: “Da igual entenderles, hay que matarlos”. En ese contexto, donde el odio y la incomprensión sólo fomentan más odio e incomprensión, se encuentra en medio de un desierto: lugar vacío de ideas, de humanidad donde sólo se está ante uno mismo y sus verdades.
En ese vacío se encuentra Viggo Mortensen, cuyo viaje por encontrar su hija se convierte en una odisea existencial sobre el pasado, la guerra, la soledad, la posesión. El actor vuelve hacer alarde de su habilidad con los idiomas hablando castellano y danés, su camino resulta delirante, exasperante, atrayente. La breve participación de Ghita Nørby con un personaje digno de David Lynch y un final igual de sorprendente y propio del desaparecido cineasta japonés Satoshi Kon; hacen de ‘Jauja’ una búsqueda de esa Atlántida terrenal, de esa búsqueda de una felicidad que no satisface pero que se anhela.
Es verdad que Alonso no pone fácil que se pueda entrar en su fantasía existencial; esa poesía visual con ausencia de palabra no está hecha para todos los gustos. El que resulte una mezcla de placer y hartazgo hace que o se deleite o se rechace. La obra más ambiciosa hasta ahora del realizador argentino es una invitación a rememorar un pasado reciente con reflexiones que van más allá de la conquista de América. El espectador se verá engullido por la decadente Jauja, sin opción a salida.