Cuando ayudar a quien lo necesita se convierte en tu peor pesadilla.
“El principio del fin”, esa mano amiga que tiende su buena voluntad sin intención alguna excepto socorrer a quien está en las últimas, esa tortura en que se convierte dicho acto, carrera veloz al aislamiento y la soledad de quien está huyendo como animal salvaje y acorralado sin lugar donde esconderse ni alma humana en quien confiar.
Con saltos temporales intercalados entre presente y pasado va dando pistas del por qué de la actualidad y el accidente que le arrastra hasta el delirante foso en el que se halla, ese desdén y martirio donde la vida puede convertirse en un velado; un día estás casado y feliz y al siguiente completamente solo, un día tomando cervezas con ese desconocido familiar a quien acoges en casa con bienvenida y gusto y al siguiente ese fugitivo que acumula previsiones pues la cacería será larga, dura y al límite de lo humano.
Su inicio es potente y directo, fuerte y sobrio, dilema que pone en marcha toda la sucesión de acontecimientos posteriores, luego juega a dar pistas sueltas de ese choque fortuito no tan azaroso, imprevisto ni ingenuo, pasar de un inesperado atropello a descubrir lo que encierra esa corta pero decisiva relación dual que se establece entre dos acervos huéspedes que ven su transcurrir mutuo de manera muy diferente.
Excelente fotografía de esa maravilla de Quebec canadiense, helada, aislada, oculta e inaccesible, aterradora en las congeladas noches de ventiscas, pasional y arrebatadora a la luz de un sol que apenas calienta lo que la oscuridad petrifica y quiebra, personaje decisivo que pone a prueba la valía y resistencia de quien estaba solo, encontró compañía y volvió súbitamente a su soledad porque más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, y cuando más sabe del invitado, más habla, comparte y se expone al riesgo y peligro de ser atacado.
“¿Sabes lo que me incomoda?, juraría por Dios que estaba sonriéndome”, esa sonrisa de la ironía y de ese obvio sarcasmo que todo lo enlaza, donde reina una conclusiva resolución a evitar por todos los medios pero de cuyo veredicto y atrape es imposible huir o sortear.
Cautivador y penetrante Thomas Haden Church como vagabundo solitario sin abrigo ni auxilio por la torpeza de amparar a quien estaba herido, un thriller lento, seco, áspero y austero con agudo ingenio relatado por Emanuel Hoss-Desmarais que vierte la información disparmente para prender esa minúscula llama que te mantendrá atento al por qué de este desahuciado lobo, en el abismo de su propia cárcel sin poder liberarse de esas amargas cadenas que un burlón destino de humor ácido y negro le lanza alrededor de su desvalido cuello.
Dos espíritus de mismo rostro pueden observarse en el panorama, en antes social, ameno y distendido y el ahora asfixiante, esquivo y agonizante, obligado cambio de personalidad para quien únicamente cuenta con sus quitanieves y una conciencia que se repite “…, juraría por Dios que estaba sonriéndome”
“Dicen que toda persona culpable es su propio verdugo, también dicen que mañana será un día mejor. ¿Sabes lo que yo digo?, ¡maldita sea, está helando!”, porque ya nada más queda que ese destierro hacia ninguna parte excepto el encierro en uno mismo y lo que la cabina aguante, resistencia de un corazón y una razón que sobreviven intentando no hallar culpa, ni remordimiento ni juez interno, sólo aguante de una existencia dura, hostil e incomunicada del ratón a la espera de que el gato aparezca.
Tiene mucho fondo reflexivo que impacta por la escasez y sencillez de su porte estético, la presencia de un hombre único y su recuerdo que hace memoria contigo de su castigada y abrupta situación, interesa saber su por qué, desenredar lo que esconde tanta escapada frenética, sin florituras ni condimento que suavicen su visión, sin cordial diálogo que facilite su apetito, sin extras que animen la velada; estás tú, presente ante la visión feroz e insondable de quien es y en su tiempo fue para que valores, te intereses, te acoples y absorbas el miedo de quien actuó sin recelo pero con catastróficas consecuencias que ante ti, con sinceridad pasmosa de quien confiesa para si, se muestras y expone como libro abierto.
Se los ojos acechantes que le observan sin que él lo sepa, se los oídos que aceptan sus excusas, se su yo y sus circunstancias, se el cómplice de su encubrimiento.