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Crítica de ‘Diamantes para la eternidad’ (1971)

Las transiciones, en las grandes sagas, nunca son fáciles. Habitualmente, para el que debuta, pero tampoco para el público. Aquí, el actor saliente, para muchos el auténtico Bond, Sir Sean Connery, no tuvo mucho desgaste protagonizando este film. El irlandés se encontraba ante la que iba a ser su última actuación como 007 (luego se reengancharía en “Nunca digas nunca jamás” (1983)), para dejar espacio a Roger Moore.

“Diamantes para la eternidad” es un compendio de clichés sobre el agente secreto británico y escenas de acción con bajo presupuesto para efectos especiales (en parte, debido a las elevadas exigencias económicas de Connery). Aún así, fue nominada a un Óscar en el apartado de mejor sonido. La trama también está un poco cogida por los pelos. 007 deberá hacerse con unos diamantes que su gran enemigo quiere utilizar para crear un láser gigante con el que (¡Oh, sorpresa!) pretende controlar el mundo.

Hasta aquí, todo parece ir en contra de esta película, que no pasó a la historia como una de las mejores de la saga. Sin embargo, nada debe impedirnos disfrutar de esta entrega. La sucesión de situaciones disparatadas de las que Bond sale, prácticamente, sin despeinarse, nos transportan al espíritu más puro del mito y de su personalidad: 007 hace de seductor, dispara, pelea y gana, se bate en lacónicos duelos verbales con sus enemigos y tiene tiempo para hacer algunos de sus chistes desapasionados durante todo el metraje.

Casi no falta ni uno de los elementos clásicos de las películas del agente secreto por excelencia. Apenas, el Aston Martin y algún artefacto innovador de Q. Todo lo demás, en orden. Por supuesto, y más estando una parte de la película localizada en Las Vegas, también tiene tiempo para jugar. En esta ocasión, a los dados. Aunque, según parece, se eliminó una escena donde Sammy Davis Jr. aparecía jugando a la ruleta. El popular juego de rojo o negro y par o impar, que tanto éxito tiene hoy en su versión online, también aparece al inicio del film, cuando Bond interroga a diversos esbirros de Blofeld para que conseguir la ubicación de su jefe; dispuesto, de una vez por todas, a acabar con él.   

Blofeld está en la película (por partida triple). Su gato también está (por partida doble). Y, como las malas noticias vienen de dos en dos, “Diamantes para la eternidad” cuenta con una pareja villanos de a pie, que destacan por su cinismo y su habilidad para cumplir sus objetivos con astucia y todo tipo de artificios. Lo cierto es que la presencia del Sr. Kidd y el Sr. Wint es de lo mejor de esta entrega. Y un sello de identidad; de lo poco que perdura cuando pasan los años tras haberla visto. De lo demás, no trasciende demasiado.

El surrealismo va ganando protagonismo en la segunda mitad de la película, cuando entran en escena las variables tecnológicas, con la aparición estrella del gran láser y sus destructivas consecuencias. Seamos algo indulgentes, eran otros tiempos. Bien es verdad que algunas escenas pudieron hacerse con algo más de mimo, cuidando las explosiones para que no parecieran un croma de segunda división. También podrían haber sido algo más creativos a la hora de plasmar el efecto de ese haz de luz devastador sobre los objetos, como los cohetes o los submarinos, que sólo adquirían un sonrojante tono (en todas las acepciones del término) antes de volar por los aires.   

En el apartado musical, siempre relevante en las películas de 007, Shirley Bassey firmaba su segunda colaboración en una producción del agente del MI6. Antes, interpretó “Goldfinger” (1964). Después, llegaría “Moonraker” (1979). Ya con otro actor bajo la piel del protagonista. Precisamente, “Diamantes para la eternidad” iba a ser la primera película de Roger Moore como Bond, pero andaba algo liado con la serie “Los persuasores”. Así, a Connery se lo pusieron en bandeja para despedirse con un elevado caché (para la época). Y más, después de que Lazenby no convenciera y fuese necesario recurrir a él. Moore cogió el relevo, finalmente, dos años después, con “Vive y deja morir” (1973).  

Entonces, ¿debemos verla o no? Pues claro que sí. Es Bond en estado puro. Connery no se deslomó en esta interpretación, es verdad. Pero sigue siendo imprescindible para los amantes del personaje y de su perfil. Tiene, como antes decíamos, todos los ingredientes para ser una producción Bond. ¿Es absurda a ratos? Sin duda. ¿Nos va a chocar si estamos acostumbrados a las producciones más recientes? Por supuesto. Pero, si para ti sólo hay un 007 y tiene acento escocés, no te la puedes perder.  

Dónde ver Diamantes para la eternidad
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