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Crítica de ‘As I lay dying’
(James Franco… ¡como director! – Vol.VI)

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A estas alturas, no nos queda duda que James Franco tiene debilidad por los novelistas nihilistas y arriesgados por cuyas páginas brota y germina un retrato del ser humano salvaje y desgarrador. Si en su precedente Child of God, el texto correspondía a Cormac McCarthy, en este caso el referente a seguir ha recaído en William Faulkner. Su célebre novela Mientras agonizo poseía claras similitudes con su también excelsa Santuario: época histórica indeterminada en la vieja América deprimida, personajes impopulares y sus conflictos personales resueltos con métodos expeditivos y violentos. El director continúa aquí por la senda de su mencionado filme.

La dirección de fotografía logra crear una atmósfera extraña, como ha venido siendo habitual en su filmografía y distinguida. Interesa aquí su sencillez formal. As I Lay Dying utiliza su austeridad a favor de un realismo poco explorado en el cine de nuestro siglo. Podríamos decir que nos encontramos ante un western conceptual que habla del miedo al ser ajeno, del viaje como único destino, del presagio como creencia, y de la religión como interpretación supersticiosa de la realidad. A Franco le interesa retratar al ser humano con sus miserias más absolutas, preguntándose el sentido de la vida en una tierra desértica. Sin embargo, a diferencia de lo que el género western puede dar por sentado, ningún rastro de espectacularidad gratuita tiene cabida en este filme. Ninguna persecución, hazaña, descubrimiento de oro o lucha con los indios sirve de cara a la galería.

La cosmovisión de los personajes de As I Lay Dying les empuja a creer en el apocalipsis, en la intervención de lo mágico en una realidad desoladora. El resultado es una película dura, difícil y rocosa en su corazón y en su visión de esta época incierta. A nivel plástico, James Franco se deja inspirar libremente por el cine, a su vez libérrimo, de Kelly Reichardt. La concepción que ambos creadores tiene del western contradice de frente al obsesión del mismo por adquirir un incesante valorar épico a través de los espacios abiertos y los grandes horizontes. Sin embargo, esta película está compuesta con acordes intimistas y encuadres claustrofóbicos y a quemarropa, algo que ya anticipa la renovación rupturista de sus creadores a los iconos.

Un filme que, a todas luces, nos obliga a entender el cine como un viaje introspectivo sin más acción que la emocional. Es una road movie de las emociones más que de distancias y descapotables, pero sucede en tierra de nadie y aparentemente sin argumento ni motor dramático más allá de la ceremonia funesta. Una propuesta tan radical a la par que pura y coherente en medios y logros. Con el riesgo de que sus fascinantes interpretaciones principales –destacando un inconmensurable Tim Blake Nelson- y sus engranajes formales caigan en saco roto para los paladares cinéfilos más exquisitos y pulcros, As I Lay Dying merece ser reconocida y degustada, pues se atreve a ofrecer una mirada hacia unas gentes y sus pesquisas que, como el sueño en el que viven, nunca han dejado de estar inexploradas.

Desde la comedia más bizarra (Simiosis), el drama de las drogas (Good Time Max) y la homofobia puesta en juicio artístico (The Broken Tower), hasta la interpretación de la censura (Interior. Leather Bar) y el hombre en su raíz animal y despiadada (Child of God), James Franco ha demostrado con creces que su labor como director es superlativamente versátil, ambiciosa y madura. Desde Magazinema confiamos en que este insomne creador no cesará en sus ansias ni en su voluntad por ofrecer películas tan alternativas y satisfactorias.

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