Hace ya un tiempo se presentó la extraterrestre Kim Basinger, como novia con bello cuerpo de mujer terrestre, para conocer nuestra especie y decidir si éramos una especie que valía la pena o no; años más tarde un Morgan Freeman, como benévolo y guasón Dios, le cedía a Jim Carrey sus poderes y trabajo para que dejara de quejarse y demostrara que era mejor que él en su cometido y labor; en esta ocasión, un individuo, profesor frustrado y enamorado de su vecina de abajo, será escogido, entre toda la población terrícola, como representante de ella para recibir el poder de hacerlo todo absolutamente posible y demostrar, a los alienígenas de la división superior del conocimiento, que los humanos somos válidos, sabemos distinguir entre el bien y el mal y utilizar nuestras habilidades para mejorar el mundo; diez días durará la prueba -Cenicienta únicamente contó con una noche de aventura!- y luego sentencia salvadora, puño al alza o, como los romanos a los gladiadores en el circo, muerte sin perdón, destrucción del mundo entero, de nuestra conocida tierra.
La pregunta clave es, si pudieras hacer cualquier cosa realidad, todo lo que siempre alguna vez hubieras deseado ¿qué es lo que realmente pedirías y harías presente?, de todo lo posible imaginado, ¿qué es lo único que verdaderamente quieres?; pregunta sencilla ¿no?, a la que todos hemos jugado alguna vez, con la que hemos fantaseado, ese verbo en condicional que permite libertad de inventar y recrear un mundo alternativo, situación distinta a la pesada rutina que se posee pero… cuidado con lo que se desea ¡no se haga realidad!, porque, incluso las buenas voluntades tienen una práctica catastrófica de resultado esperpéntico donde, ¡hubiera sido ideal estar callado, en vez de hablar tanto sin pararse a pensar!
Hasta el genio de la lámpara reducía sus deseos a tres -es bueno poner límite al campo, no perdamos la cabeza-, aquí un fresco, cómico y simpático Simon Pegg tiene libertad infinita, en cuanto a su voluntario expresar y mover la mano, para traer a la actualidad todo lo que alguna vez ha anhelado o echado en falta, un guión burlón, dicharachero, de ritmo atropellado y caótico, de ligero y superficial consumo que busca la sonrisa leve y fugaz a través de la tontería y la memez como motor de andadura, con escenas de diversión conseguida, otras mucho más flojas, humor por momentos inteligente, por otras torpe y pésimo que deja una balanza media, de entretenimiento flojo y lelo, para jornada de relax donde olvidar la mente, sus exigencias y quehaceres y compensar, con bobería útil para reír sin complejos cuando tercie, en otras lamentar la bajada de nivel y en las siguientes apreciar la desfachatez de lo visto, un mal día de sentimientos aciagos donde, hicieras lo que hicieras, nada parecía mejorar ni salir bien.
Y he aquí que escoges una estúpida y desapercibida cinta -de antemano es sincera, sin engaño- de diversión baja, con mayores o peores efectos según va transcurriendo, de compás destartalado que no osa otra cosa que intentar tu distensión corporal y descanso racional, a través de un argumento que tampoco es ninguna novedad.
Comedia intergaláctica, que esconde romance entre sus venas, lejos del estilo de los Monty Pynthon, excepto por brevedades ocasionales del guión, que busca la sencillez del desahogo, la distracción y el recreo con dosis medida de logro efectivo, más otros tantos intentos que se quedan en opción no hecha realidad; “un absoluto poder no te corrompe, te vuelve loco” dinámica de camino que, por momentos pesa y se lamenta no haya continuado la estela de los fotogramas más logrados donde se intuye, un conformismo de ausencia de indagación en algo más rotundo y auténtico a cambio de menudencia con contados toques de gracia, ironía y acierto receptivo.
“No soy un perro, soy un hombre” “¡Nadie es perfecto!”, como tampoco lo es esta cinta de Terry Jones que obra el milagro de alguna carcajada esporádica, o más constante de lo descrito según sea tu disposición y acogida, a quien acompaña una mueca optimista, de risa grata de continuo y buen rollo, que no pretende más que pasatiempo de ocurrencia graciosa donde se demuestra que el perro, aparte de ser el mejor amigo del hombre, es mucho más listo que su necio dueño.