Título original: 3 Coeurs
Año: 2014 (Francia)
Duración: 100 min.
Director: Benoît Jacquot
Reparto: Benoît Poelvoorde, Charlotte Gainsbourg, Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve
Guión: Benoît Jacquot, Julien Boivent
Fotografía: Julien Hirsch
Música: Bruno Coulais
Género: Drama. Melodrama
Sinopsis: Marc pierde su tren para volver a París y conoce a Sylvie. Vagan hasta la noche, hablando de todo, excepto de ellos mismos, en completa armonía. Cuando Marc se va, acuerdan encontrarse unos días más tarde. Sylvie acude a la cita pero Marc no. Mientras, Marc conoce a otra mujer, Sophie, sin saber que es la hermana de Sylvie. Marc y Sylvie volverán a verse, recuperando su conexión, aunque será demasiado tarde.
Crítica de ‘3 Corazones’
por Lourdes Lulu Lou
«Pervirtiendo el amor»
Lo que debió ser y nunca fue, esa cita que no tuvo lugar, que quedó colgada en el tiempo y la memoria, ahogando y martirizando cada vez que el recuerdo traía su aroma de vuelta, tormento que se aplaca con la distancia/que revive con la cercanía, con esa posibilidad de contacto real que mitigue la ansiedad del deseo no cumplido conforme las manos tienen al alcance lo que esa mirada furtiva recrea; un roce, una caricia, un esquivo beso, el lote completo, la excitación de entrar en la intimidad de esa desconocida mujer soñada, que en su día desapareció, para regresar a la presencial vista con nombre y procedencia y volver loco a quien había logrado apaciguar a su agitado y nervioso corazón; una partida pasional a tres bandas donde uno de los jugadores permanecerá pasivo e ignorante, a la espera del inhóspito resultado mientras la jugada se lleva a cabo a través de esa pareja, desasegada y sin criterio, que dejó atrás su probabilidad de fortuna al no poder ignorar ni controlar las circunstancias.
Charlotte Gainsbourg, siempre cumplidora y expectante, cuya firmeza de su rostro es parte de su intimista interpretación, en esta ocasión como voluntaria culpable, provocadora de todo el caos y estropicio por venir y sentir, junto a Benoit Pelvoorde, fracasado ilusionista cuyo sueño se le escapa y acepta, que no elige, el que la vida le otorga en ese anecdótico y curioso encuentro, más Chiara Mastroianni que redondea ese triángulo espacioso, sutil y potente que con sus enérgicas y contundentes actuaciones consigue electrizar tu atención y activar, con pulso constante, tu interés nunca perdido.
Se mueve sin prisas, con narración desabrida pero de eficacia explosiva, una tragedia francesa que pervierte el tan nombrado amor para convertirlo en desesperación y angustia, secretismo a voces que impide respirar y nubla una razón que sólo descansa obteniendo su dosis de intercambio carnal, obsesión extrema que irrumpe para no volver a permitir la reposada felicidad hasta entonces sentida.
No trabaja con contundencia el argumento, esparce muchos huecos sin cubrir para que sea el propio espectador quien los rellene y resuelva, el mismo final, abierto con retroceso interrogante, es un canto a lo que se tuvo al alcance/ahora yace hecho añicos, esa esperanza impaciente, de reanudar el tiempo, para que las cosas sean como se esperaba y nada haya que lamentar.
Una figurante Catherine Denueve que pasea, observa y apenas interviene y una implacable banda sonora como testigos silenciosos de la tensión surgidas y del devenir de los acontecimientos, no aclara, insinúa, no dialoga, pasa a la acción, como marea que barre y arrastra allá por donde pasa, el solapado y oculto tándem recrea un eléctrico thriller de atrevimiento y vergüenza, de locura invasiva que ni la serenidad ni la lógica logran frenar, ardor de poseer, sin contención ni remedio, aún conociendo las consecuencias.
El toque personal de Benoît Jacquot puede no ser suficiente aleccionador para todo el público, gusta de exponer la cotidiana rutina, tranquilidad desaborida, aburrida y exponente de la unidad creada mientras, al tiempo, se cierne y regodea en los silencios, en la penumbra y a escondidas, sin comunicación de palabras, con esa notoria obviedad de desazón e inquietud que la sala declarante, aunque no solicita, observa y atestigua, la enérgica y peligrosa tirantez y nerviosismo que renace y crece entre los encontrados y ardientes lujuriosos, mientras el resto es dichoso en su bendita ignorancia.
Desconocimiento que algunos pueden ver extrapolado al margen de cualquier emoción sentida, pues el referido director se apoya en la sensación efervescente que provoca acción inmediata y reacción en cadena imposible de intervenir o parar, desechando el intercambio de diálogo que expresa con vocablos que lo que deja claro con gestos, pasos y rocambolescos encuentros y tropiezos, los cuales remata con una voz en off y varias elipsis como marca abanderada de la casa y recreo de figuras que adquieren firmeza y seguridad, vagueo e inconsistencia según el momento o lugar.
Tres corazones, expuestos sin compasión ni aclaración narrativa, se cuenta únicamente con el vigor, nervio e ímpetu de la observación disimulada para obtener la claridad de lo que la mente máquina y anhela; ello puede hacer que desconectes o estés aún más pendiente.
Su presentación, lagunas temporales y lo mucho que no cuenta, que con buscado propósito se guarda.