Chico, algo torpe pero de buen corazón, conoce a la chica de sus sueños, literal, no una forma de hablar, y es elegido por ella como su próxima pareja, gracias a la predicción anticipada de una apreciada amiga.
Y él se deja escoger, se permite ser amado y ni se cuestiona si es amar de verdad o ensalzada ensoñación, que al tomar veraz forma multiplica su poder de ensimismamiento por dos; es ella, es guapa, es perfecta y por deje, un común y ordinario desconocido de a pie debería dar gracias, de tanta suerte y fortuna llegada a sus manos.
Pero, he que el azar interpone una molesta, pesada e insistente intrusa, que nadie pide su entrada ni solicita de su intervención, que no deja de aparecer, marear, establecer contacto y confundir al feliz príncipe coronado, que empieza a dudar de su otorgada corona.
Un ‘Nothing Hills’ pronosticado por buenaventura, que evoluciona e incluye los errores y desacuerdos del día a día, las desilusiones y dudas que hacen mirar con desconfianza el cuento y empezar a valorar, con nuevos ojos, lo hermoso, natural y accesible que la cotidianidad aporta, como parte de su oculta casualidad.
Es bonita, bonachona y simpática, rodada con tonos superfluos para gustar sin crear gran polémica; el escrito de Emmanuel Mouret pretende cordialidad, ritmo llevadero y alguna que otra mueca de gracia, sonrisa esporádica o risa tenue, si se fuerza el caso; no se complica en su dirección, para una modesta y ligera comedia romántica donde, el romance supremo y envidiado se tambalea ante el acoso y derribo de una compañera de butaca de teatro, que sabe leer lo que está en juego y podría convertirse en realidad.
Fotografía urbana para un enredo sentimental de guapa, rubia y magnífica, pero negada para la pareja, contra la soltura, determinación y osadía de quien ve lo que quiere y hace lo posible para lograrlo, mientras el Romeo a dos bandas se deja arrastrar, esquiva los golpes, reacciona como puede y deja que sean los acontecimientos los que decidan ante su nulidad de seguridad y solidez por lo que siente.
No alcanza altas cuotas de delirio, pasión o disparate, es leve en su propósito, ligera en su escritura, incluso llega a perder el rumbo trazado, para revertir y salirse por patas según lo que la imaginación, en ese momento, le susurren y guíe; muestra la tipicidad de este tipo de relatos con esa originalidad de perder trazado y querer evitar la tradición iniciada, lo cual le lleva a desembocar en un juego de giros, de buscado embrollo y confusión que no logran el pleno del entusiasmo, sugestión y querencia deseado; se queda en óptimo y apreciado intento.
“¿Te importa si te miro, de tanto en tanto, a ver si me acuerdo?”; soy Caprice, te he visto varias veces y me gustaría salir contigo, nuestras coincidencias merecen la oportunidad de desarrollo, interacción y abrazo; queda conmigo, pasemos tiempo juntos y que las emociones dicten el resto del relato; o, no hagas caso, y vive tu maravillosa fábula teórica con tan bella actriz famosa, aunque su práctica no sea para tanto y esté llena de contratiempos. Como le dijeron a Jack Lemon, con falda y un poco loco, “nadie es perfecto”, pero después de tanto mirar, serás tú la que él no logre olvidar, ya sea ensoñación o recuerdo.
“El amor se vuelve delirante cuando no es correspondido” y si lo es se convierte en codiciada y linda historia de amor; ninguna de las dos opciones se dan en este caso.