Un detective de policía que se mueve dentro y fuera de la ley, un padre decidido a llegar hasta donde haga falta para vengar la muerte de su hija y un profesor de religión que es además el principal sospechoso de los crímenes. Estos tres variopintos personajes serán los protagonistas de una historia que cruzará sin remedio sus destinos tras una serie de secuestros de menores rematados en brutales asesinatos. El guión no pierde tiempo en introducir más papeles de los necesarios ni en desarrollar tramas alternativas, centrando la totalidad de sus recursos en el aquí y el ahora. Drama y tensión se dan de la mano sumidos en un amalgama de violencia al descubierto y abundante humor negro que aderezan con desquiciado sarcasmo la inusitada pero efectiva mezcla que da forma y personalidad a la película, en la que todo parece menos grave de lo que realmente es.
Las comparaciones con Prisioneros son inevitables pero infundadas, ya que si bien el film de Denis Villeneuve vio antes la luz en gran parte del mundo Big Bad Wolves se estrenó la primera, con varios meses de diferencia. A pesar de que la premisa argumental no innova ni aporta nada nuevo a la temática, el desagradable realismo de su explícita puesta en escena sumado al marcado tono gamberro y en ocasiones incluso extravagante de sus diálogos conforman una experiencia realmente empática para el espectador. Violencia física y psicológica se dan de la mano en este thriller que, sin necesidad de demasiados artificios, consigue mantener la tensión in crescendo durante sus dos horas de duración, las cuales no se hacen largas en absoluto. Altamente recomendable para los aficionados al estilo cinematográfico de Quentin Tarantino, al humor negro más corrosivo o a los guiones cargados de intriga y dureza a partes iguales. No dejará a nadie indiferente.