Decía Ortega y Gasset que “la vida es proyecto”, en la medida en que la única forma que tiene la vida de emerger es dentro de una línea argumental que se proyecta hacia el futuro, aunque éste siempre se vea condicionado por las condiciones históricas y materiales que le rodeen. Si bien Woody Allen parece estar de acuerdo en este último punto también parece esforzarse por rebatir la primera parte como si fuera casi una imposibilidad, ya que aunque en la vida haya proyecto, éste no deja de definirse más que en retrospectiva, pues no ha sido producido por una profunda meditación sino por la constante improvisación. Nunca sabemos a dónde vamos, no sabemos lo que queremos, no sabemos a veces tampoco ni de dónde venimos ni quién somos ni quiénes queremos ser; y, sin embargo, el ser humano se ve continuamente impelido a tomar decisiones que, estén más o menos meditadas o sean más o menos azarosas, acabarán por responder y conformar la respuesta a aquellas preguntas, que, por improvisación y no por proyección, parecían haberse respondido hasta ese momento de forma intempestiva y casi azarosa.
No obstante, así como en ‘Match Point’ (2005) defendía sin tapujos que “más vale tener suerte que talento”, en ‘Café Society’ el hilo argumental viene dado por las decisiones que toman la mayoría de sus personajes y que les lleva continuamente a improvisar el siguiente paso de baile. Bobbie y Vonnie tomaron la decisión por separado de irse a Hollywood y ambos se encontraron con la frustración de no conseguir lo que buscaban, Vonnie tiene que elegir entre Bobbie y su otro amante, Bobbie tiene que elegir entre Hollywood y Nueva York mientras, por otro lado, Phill se encuentra con la decisión de tener que seguir con su mujer. Por otra parte, en Nueva York el hermano de Bobby, Ben, ha tomado ya la decisión sobre su forma de hacer negocios o sobre que la mejor decisión tras su condena es apostar por el cristianismo en vez del judaísmo en el que había sido criado, demostrando que, de todos los personajes, es el más sereno y el que tiene la capacidad para tener un proyecto más claro (aunque no necesariamente más moral), pues, lejos de convertirse en un ser trágico arrepentido por su modo de vida y por su condena decide asumirlo y, con la ligereza típica de una comedia, redefinir su nuevo proyecto vital apostando por una religión que le pueda garantizar la vida eterna y no por una que reniega de ella. Con ello, Allen da pie no sólo a una de las conversaciones más hilarantes de todo el metraje y, en general, de sus obras más recientes, sino también a subrayar el (entrañable) sinsentido de la vida, que bien puede definirse con una de las frases más geniales de la película: «Sócrates decía que la vida sin examen no merece la pena ser vivida, pero la vida examinada tampoco es una bicoca».
Así, Allen, al igual que el personaje de Ben, no necesita decantar la narración hacia la tragedia a pesar de partir de la elección y del (posible) arrepentimiento como elementos centrales para llevarla hacia el terreno de ‘Match Point’ o de ‘Blue Jasmine’ (2012), sino que en esta ocasión el neoyorkino se decanta por uno de los géneros que mejor se le da: la comedia melancólica que tan buenos resultados la ha dado con la reciente ‘Medianoche en París’ (2011) o con su icónica ‘Manhattan’ (1979). De nuevo, la dirección de actores y el casting sigue siendo impecable, Eissenberg se proclama seguramente como el mejor alter ego posible del director, Stewart defiende una carrera cada vez más brillante, y Allen, que en esta ocasión se reserva un papel de narrador en off, sigue haciendo lo que mejor sabe hacer, ofreciéndonos un guión muy bien armado alrededor de personajes inseguros y de chistes de judíos que, gracias a sus constantes variaciones en cuanto a personajes, situaciones, momentos vitales o localizaciones, consigue hacer que la película avance con un gran dinamismo que tan sólo decae en los momentos más previsibles, y que, de repente llegará a su fin en el momento menos esperado. Sin embargo, tal vez consciente de que sus guiones e ideas son inagotables pero no dejan de ser constantes variaciones de los mismos temas, Allen cada vez parece más decidido a hacer una apuesta visual potente, algo que ya demostró en la hermosísima ‘Magia a la luz de la luna’ (2014) y que se sublima en esta ocasión tanto con una dirección de arte y vestuario impecables como, sobre todo, con la maravillosa dirección de fotografía de Vittorio Storaro, que, con sus largos planos secuencia y con esa profundidad de campo gloriosa que impregna a toda la película, casi parece transportarnos más al cine de los Hermanos Coen que al cine de Allen.
Ahora bien, si hay en su filmografía una película con la que puede ligarse directamente es con una de las menos conocidas: ‘Otra mujer’ (1988), una preciosa historia de aquella etapa bergmaniana que habitualmente se ignora en sus retrospectivas. Sin embargo, esa relación viene dada por su condición de contrapunto, pues mientras que en ‘Otra mujer’, Allen parecía convencido de que la vida que ha seguido su protagonista era equivocada por haber decantado la balanza razón-emoción hacia el primer polo, en ‘Café Society’ sus personajes nos demuestran que no hay decisiones acertadas e incorrectas. Así, cuando Vonnie le dice a Bobbie que no le eligió a él porque la otra opción le pareció más convincente (no “más razonable” ni “más pasional”) no se lo dice con un arrepentimiento sino con añoranza de lo que tuvieron, y, de paso, también le advierte que tampoco podrían decir que aquello que ahora parecen añorar hubiese salido bien, pues ninguno de ellos serían los que son ahora y no estarían donde están. Bobbie, por su parte, parece atraído por la nostalgia, pero no es hasta el momento del reencuentro en que empieza a sentir esa atracción por cambiar su satisfactoria vida en el club y junto a su hermosísima mujer y sus dos hijos. Ese cierre, precipitado y hermosísimo, en que un fundido nos lleva del rostro distante de un personaje al del otro en el momento de la celebración de año nuevo (momento icónico del cambio de vida), nos deja con la decisión en el aire, a sabiendas de que ese echar de menos es una puerta abierta, pero no una puerta que deba ni que vaya a cruzarse.
Así, pues, lo que ‘Café Society’ viene a contarnos con ternura, ingenio y humor es que somos hijos de nuestro tiempo y de nuestras propias decisiones, pero que, sin embargo, nuestro margen de maniobra en ambos casos es anecdótico, no por un determinismo cósmico ni tampoco por un absoluto predominio del azar, sino por lo perdidos que estamos a la hora de construir nuestra propia vida, nuestro proyecto. Por ello, debemos asumir con la ligereza de la comedia y no con la pesadumbre de la tragedia que cada elección abre un camino que, como ejerciendo un poder gravitacional progresivo, parece impedirnos cada vez con mayor ahínco la posibilidad de levantar los pies del suelo. Miramos hacia atrás y vemos (o a veces tan sólo intuimos) la bifurcación, pero en cuanto observamos nuestra vestimenta sólo podemos ver los restos del polvo que hemos ido levantando con la eterna duda que ya se planteaba Gena Rowlands en ‘Otra mujer’ acerca de si ese polvo, ese recuerdo, es algo que tenemos o si, por el contrario, es algo que hemos perdido.
Lo mejor y lo peor de 'Café Society'
-
8/10
-
10/10
-
7/10
-
7/10
-
7/10
-
8/10
Lo mejor y lo peor de 'Café Society'
Lo mejor: su impecable apartado visual.
Lo peor: la sensación de déjà vu.