Entramos en ‘El Amparo’, uno de tantos bares castizos que pueblan la geografía madrileña, al que un grupo de individuos, como todos los días, acude a desayunar. De pronto, uno de ellos, al salir del establecimiento, recibe un disparo en la cabeza desde un punto indeterminado del exterior. El resto queda inmóvil y no acude a socorrerlo. Algo está sucediendo fuera. Se oyen disparos y hay un tumulto. Están atrapados y no pueden salir del bar.
Con este punto de partida el director vasco Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) construye, junto al guionista Jorge Guerricaechevarría (Avilés, 1964), una de sus habituales historias hiperbólicas que arrancan como un torbellino, arrastrando al espectador desde sus fantásticos títulos de crédito hasta el inicio de la historia y presentación de personajes.
‘El bar’ tiene un ritmo vertiginoso y durante los dos primeros tercios de la película engancha mediante su prodigiosa realización, sus diálogos descacharrantes y situaciones extremas. Pero, como sucedía en otras películas del cineasta vasco como ‘Balada triste de trompeta’ (2010), ‘Las brujas de Zugarramurdi’ (2013) o ‘Mi gran noche‘ (2015), la recta final de la película no consigue rematar y deja una sensación agridulce al espectáculo. Desmesura incontenida que no logra aterrizar bien y que deja una cierta sensación indigesta por el atracón de géneros y lo inverosímil de ciertas situaciones, especialmente la huida por las cloacas del tramo final.
Quizá uno de los puntos más interesantes de la película es la capacidad de trabajar con personajes que, en el caso de ‘El bar’, tienen un punto caricaturesco que funciona bien en el planteamiento argumental. Los ocho personajes encerrados en el bar le permiten a Álex de la Iglesia componer un particular universo de freaks (una pija, un hípster, un empresario, un iluminado religioso, un camarero apocado y fiel, una ama de casa ludópata…) a los que el encierro forzoso obliga a afrontar situaciones delirantes y esperpénticas.
En este sentido, Álex de la Iglesia es un maestro en la construcción de personajes sórdidos, con los que es complicado empatizar y a los que rodea un halo de patetismo y canallesca muy española. El director vasco ofrece ese espejo aumentado y deformado de la sociedad a través de esos personajes esperpénticos, dibujando una mezquindad en estado puro que se agudiza en el último tramo de la película.
‘El bar’ es, en definitiva, una propuesta visualmente apabullante con una primera hora llena de tensión y suspense. Sin embargo, como el menú que se sirve en los expositores de El Amparo, hay algo en la propuesta, en su desmesura incontenida, que se hace indigesto y no termina de sentar bien.